Estamos en una cultura en la que el bronceado sigue siendo un síntoma de status, buena salud y buena vida. Es posible tomar sol de una forma segura, sin arriesgar la piel ni exponerse a tener melanoma.
El sol siempre está ahí y sus rayos se cuelan por todas partes aunque esté nublado, incluso a través de la sombrilla. Por ello, siempre hay que usar protector solar, sea verano o invierno, con el cielo cubierto o no. El bronceado no es un protector solar, de manera que debe usarse una crema con factor de protección. De lo contrario, pueden aparecer alergias solares.
Según cada tipo de piel es necesario reforzar la protección solar cada cierta cantidad de horas durante el día. Aunque sea waterproof, estas cremas protegen mientras la persona está en el agua, pero al salir y secarse se debe aplicar de nuevo.
Es cierto que la ropa clara puede ser más fresca pero también deja pasar más los rayos solares. Por increíble que parezca, la ropa negra es mucho más segura en los días de sol muy fuerte, si se usa un tejido ligero y transpirable.
Hay muchas más zonas del cuerpo proclives a quemarse y a las cuales se suele prestar poca atención. Es necesario aplicar la protección en labios, nariz, orejas, empeines, rodillas y su parte trasera así como en la raya del cabello, cuya quemadura es especialmente incómoda al estar en pleno cuero cabelludo.
Existe la falsa creencia de que el acné se seca con el sol, pero la verdad es que no ayuda a eliminar el problema sino que lo cubre temporalmente, mientras dure el bronceado. Si bien es cierto que a partir de las cuatro o cinco de la tarde el sol es menos agresivo porque no está tan alto, el protector se debe utilizar siempre.