En pleno furor de Muñeca Brava, Natalia Oreiro tomó una de las decisiones más importantes de su vida: comprar su primera casa.
Tenía apenas 21 años cuando encontró la propiedad que la enamoró a primera vista, una construcción histórica que parecía detenida en el tiempo y que aún hoy despierta la curiosidad de fanáticos que viajan desde distintos rincones del mundo para conocerla.
Aunque la actriz y cantante ya no vive allí, la historia de esa vivienda sigue muy presente entre quienes la identifican como un símbolo de una etapa dorada de su carrera.

La casa que Oreiro compró siendo una joven estrella fue construida en 1887 por la familia Alvear y se ubica “medio escondida” en uno de los pasajes más emblemáticos de Buenos Aires.
Se trata de una propiedad de gran valor histórico y arquitectónico que, durante años, compartió junto a su esposo, el músico Ricardo Mollo. En 2016 decidieron venderla, aunque nunca terminaron de desligarse del todo, ya que el estudio de grabación ubicado dentro del terreno continuó bajo su propiedad y ambos siguieron visitándolo con frecuencia.

LA MÍTICA CASA QUE COMPRÓ NATALIA OREIRO
La vivienda cuenta con 480 metros cuadrados cubiertos distribuidos en dos plantas, con tres dormitorios, tres baños y una disposición amplia que se despliega sobre un terreno de 25 por 27 metros.

Su fachada es uno de los rasgos más llamativos: una obra de arte con una palmera imponente y un caballo multicolor que reciben a los visitantes desde la entrada.
Ese espíritu creativo también se traslada al interior, donde cada ambiente destaca por un estilo propio. El recorrido puede pasar de un palier con pisos originales de mármol a un comedor diario de hierro y vidrio, o a un bar que conserva el escudo de la familia Alvear tallado en la barra.

Con el paso del tiempo, la casa se convirtió en un punto de encuentro inesperado para seguidores de Oreiro, especialmente del público ruso, que la actriz conquistó gracias al éxito internacional de sus telenovelas.

El actual dueño relató que es habitual que jóvenes provenientes de ese país toquen su puerta o se queden frente a la fachada esperando ver a la artista, sin saber que ya no vive allí.
Lejos de molestarse, el propietario confesó que la situación le resulta curiosa y que incluso ha conversado con algunos de los visitantes que llegan con la ilusión de conocer el lugar donde vivió la actriz.




