Para agosto de 1949, William Peter Blatty era estudiante literatura de la Universidad jesuita de Georgetown. Siempre fue un muchacho interesado en la lectura y en aprender todo lo que tenía que ver con la lengua, la dramática y la retórica.
Leer el diario The Washington Post era una conducta habitual y un día le llamó la atención una noticia que revelaba que un sacerdote había librado a un joven de las manos del demonio.
Blatty se dedicó a investigar detalladamente aquel caso real, y 20 años después logró armar la historia que plasmó en su novela titulada El Exorcista y de la cual vendió 13 millones de copias, a la vez que dio origen a la película de terror del mismo nombre que mantiene un sitial de honor en el cine de terror.
El hecho indagado por Blatty tuvo lugar en St. Louis, Estados Unidos, en 1949 y su protagonista fue un adolescente 13 años cuya identidad se protegió bajo el sobrenombre de “Robbie”.
La historia revela que Robbie, quien era hijo único y de ascendencia alemana, jugó la ouija, conocida también como el tablero de los espíritus, para establecer contacto con su tía Harriet, quien estaba muerta.
En vida, Harriet practicó el espiritismo y enseñó a su sobrino a leer la tabla de la ouija y a interpretar los movimientos que se hacen sobre las letras del alfabeto como un mensaje enviado por los espíritus desde el más allá.
Pero este juego le salió le caro al joven, pues después de practicarlo tuvo una trasformación radical en su conducta y una fuerza que no tenía explicación lo condujo a romper las paredes de su casa.
La agresividad del muchacho preocupó profundamente a sus padres, quienes recurrieron a la ciencia médica, pero no encontraron ayuda, así que buscaron auxilio en la iglesia, donde conocieron al sacerdote Willian S. Bowdern.
El padre descubrió que el muchacho rechazaba todo aquello que tenía que ver con Dios, que su tono de voz no era normal y que su lenguaje no se comprendía.
Bowdern concluyó que Robbie estaba bajo el poder de un demonio y debía someterse a un exorcismo para salvarse. Los padres aceptaron y el arzobispado que duró casi seis semanas.
Sin embargo el muchacho aún continuaba con sus extrañas conductas, de allí que continuaron las sesiones para liberarlo del demonio. El exorcismo número 30 fue el definitivo, una vez que los curas presentes lograron que Robbie dijera la frase Christus, Domini (Cristo, el Señor).
Desde ese momento, el chico se recuperó y volvió a ser un muchacho normal. Al día siguiente comulgó en la capilla del hospital y luego se dormitó por varias horas.
Cuando abrió los ojos, algo desconcertado, le preguntó a los religiosos “¿Dónde estoy?, ¿Qué ha ocurrido?”. Robbie no recordaba nada de lo sucedido.