El encuentro de Germán Palacios y Susana Romero marcó un primer capítulo con más gancho que solidez argumental.
El estreno de Mitos, crónicas del amor descartable (América, miércoles a las 22.15) fue precedido de buena expectativa en función de algunos datos tan estimulantes como prometedores. Por un lado, venía de la mano de Rosstoc, la producto ra de Gastón Pauls que alumbró el excelente Todos contra Juan; por otro, marcaba el regreso de Germán Palacios a la televisión después de Tumberos; y por último pero no menos importante -hablando de regresos-, prometía la vuelta a la pantalla de algunas de las mujeres que despertaron las mayores fantasías sexuales masculinas (y/o femeninas, por qué no) en los democráticos años 80. En el debut, fue el turno de Susana Romero y en el próximo episodio será el de Adriana Brodsky.
El arranque de Mitos..., sin dejar de ser estimulante -por su buena imagen y su buen ritmo televisivo-, entregó menos de lo prometido. O de lo esperado.
La historia, sencilla, es la de Martín Montesalvo (Germán Palacios). Un joven y ambicioso operador de Bolsa que lo tiene todo: una mujer espléndida (Florencia Raggi), una casa ídem en un barrio privado, dos hijos, un auto carísimo, mucho dinero y un éxito profesional notable. Todo eso parece venirse abajo de un plumazo cuando, luego de haber concretado una operación que lo hacía definitiva y oficialmente millonario, descubre a su mujer con otro hombre. "El mismo día que me hice multimillonario, perdí todo", concluye con su voz en off.
Su primera reacción fue ir a la casa de su madre (interpretada por Rita Cortese). Más precisamente, a su habitación de adolescente (que está tal como la dejó -¿y eso por qué?-); a reencontrarse con sus posters pegados en las paredes, con la foto de "la Negra" Romero en los días de su apogeo, con sus fantasías de otros tiempos y con su cuaderno donde asentaba prolijamente sus masturbaciones. Sumando una más al haber de la Romero. Corte.
"Sentado en el medio de mi angustia, tuve la imagen de Susana Romero y pensé que a lo mejor era eso lo que necesitaba; y ahí me decidí", dirá en off, cuando su comportamiento doméstico-familiar ya se había enrarecido lo suficiente. Lo que siguió fue localizar a Susana Romero (interpretada por ella misma), espiarla por una ventana, seducirla sin demasiado trámite, acostarse con ella, darse cuenta de que, a pesar de todo, seguía "vacío", y terminar preguntándole: "¿Qué es de la vida de Adriana Brodsky?". Fin de la primera fantasía/capítulo.
La manifiesta inexpresividad elegida por Germán Palacios para componer al confundido millonario, sumada al carácter débil y ciertamente caprichoso del nudo central de la historia (la conquista de los íconos sexuales de los 80) y lo irrelevante, en definitiva, del encuentro con su "primera fantasía" (la Romero), dieron por resultado un primer envío que fue de mayor a menor, de una propuesta a la que habrá que observar a futuro para ver si hace pie en algún lado o se desvanece en una idea de producción con más gancho que solidez.
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