Amado y odiado por igual, Juan Román Riquelme. Sus fieles lo canonizan y hasta son capaces de dar la vida por defender el honor de ese talentoso botín derecho que parece conducir a Boca hacia un nuevo título. Los otros, quienes le enrostran un andar cansino y una actitud poco participativa para el fútbol de estos días, lo combaten _también como sea_ convencidos de que es el dueño "de todos los males". Entre esos dos mundos fundamentalistas, vive un tipo especial, extremadamente tímido, millonario y a la vez simple. Un personaje en todo el sentido de la palabra. Que divide las aguas.
Dice lo justo y necesario. A veces casi nada. Pero manda, siempre manda. Adentro del vestuario, cuando hay que pegar cuatro gritos para "sacudir la compañía". Y ni hablar en la cancha, ahí donde las papas queman. Eso sí, inadvertido no pasa nunca. Hace goles decisivos (para muestra, los dos de ayer ante Racing) y a la vez, en medio de un festejo, es capaz de desafiar en público a un plateísta cargoso.
"Entiende el fútbol como ninguno. Yo me considero un defensor acérrimo de lo que hace, pese a que no somos amigos, ni siquiera tenemos un trato cotidiano. Es más, sólo una vez tuve una larga charla con él: fueron cuatro horas, mano a mano, en Japón, durante la final Intercontinental que jugó Boca. Y ahí comprendí mucho más al personaje en cuestión", cuenta el experimentado periodista Horacio Pagani, quien tiene _a diario_ encarnizadas luchas con sus colegas por defender a Román. Incluso, en su momento escribió un libro ("El Fútbol que le gusta a la gente") sobre su vínculo con diversas figuras de la pelota: Pedernera y el propio Maradona, entre otros. Ahora, curiosamente, saca una nueva versión, dedicada en gran parte al propio Riquelme. Lo que vendría a ser algo así como una pública demostración de amor.
También están los otros, sus eternos detractores, que no son sólo hinchas de River. Lo acusan de todo, menos de los males económicos que azotan a la humanidad. Dicen que gana mucho dinero y es cierto. Porque cobra en euros un sueldo de varios ceros que rigurosamente le paga el Villarreal de España y esto, en algún sentido, genera recelo en el plantel boquense. Dicen que hace la suya y prefiere apoyarse en el entorno familiar antes que "jugarla de amigo" del pueblo. ¿Está mal esto? No. Dicen que en el fondo le molesta que otros experimentados del grupo, como Palermo, le hagan sombran en materia de protagonismo. No es el caso de Ibarra, su fiel ladero de siempre. Dicen que, vaya uno a saber por qué, le bajó el pulgar sin piedad a Caranta, ayer arquero titular indiscutido y hoy ignorado por el técnico Ischia. Dicen que es un líder negativo, dicen que divide más de lo que suma, dicen que es "él, él y sólo él"... En fin, dicen habladurías _o no_ que alimentan la imagen de un muchacho fuera de lo común.