Tony Janzen Valverde Victoriano, más conocido como “Pequeño J”, era uno de los prófugos más buscados de la Argentina. Tenía pedido de captura internacional por uno de los crímenes narco más violentos y aberrantes de los últimos años: el triple homicidio de Florencio Varela.
Pero su caída en Perú sorprendió a todos por lo insólito y poco profesional de su fuga. El martes a la noche, la policía lo encontró escondido arriba de un camión Volvo, casi como un linyera, y lo detuvo gracias a un error increíble: seguía usando el mismo celular que tenía en Buenos Aires.
“Ni el chip le había cambiado. El número era el mismo que un testigo había aportado a la Justicia argentina. Algo muy poco profesional para un narco”, contó con asombro la ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich.
Apenas la policía peruana tuvo el número de línea, comenzó a rastrear los movimientos del joven de 20 años. Detectaron que se movía hacia el norte, en la zona de Pucusana, uno de los distritos de Lima sobre la costa del Pacífico.
Fue cuestión de horas para que los agentes interceptaran el camión Volvo en el que viajaba “Pequeño J” y lo detuvieran.
El plan original de “Pequeño J” era reunirse con su socio, Matías Ozorio, en una pensión de Plaza Trujillo, en Parque Lima. Pero Ozorio fue detenido pocas horas antes, lo que obligó al prófugo a seguir escapando.
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La caída de Ozorio también estuvo marcada por la improvisación: se había fugado de Villazón cuando la policía boliviana capturó a Lázaro Víctor Sotacuro, acusado de brindar apoyo logístico a los asesinos. Ambos habían llegado desde Argentina en un micro de línea, Sotacuro con su nombre real y Ozorio usando una identidad falsa.
Con cada paso, la banda dejaba más pistas y testimonios, lo que facilitó el trabajo de los investigadores.
La investigación por el triple crimen de Florencio Varela reveló que la organización de “Pequeño J” era una banda menor, sin peso en la Villa 21-24 de Barracas ni en la 1-11-14 del Bajo Flores, como se pensó en un principio.
Sin embargo, la brutalidad de sus crímenes superó ampliamente su capacidad operativa como narcotraficantes. La fuga, marcada por errores y falta de logística, terminó confirmando ese perfil.
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