"¿Sabés lo que pasa, piba? Yo todavía no estoy en la cuenta regresiva y la vida hay que vivirla intensamente, sino no tiene sentido", fue una de las primeras frases que disparó. Como un misil de verdad sobre el grabador que tiritaba su rec. Y también fue lo primero que pensé cuando me enteré de su muerte.
Dos semanas atrás, la carcajada de Norma Pons invadía cada rincón de su camarín. Entre anécdotas, recuerdos, chistes y también reflexiones profundas, la actriz se entregó a una charla íntima. Me recibió con generosidad, sin anteponer excusas o agentes de prensa para coordinar la entrevista. Una generosidad que ella quería inculcar en sus jóvenes compañeras de elenco pero de la que ella también se ocupaba de ser su máximo exponente.
No había tema o personaje del que no se pudiera hablar; su sabiduría parecía tener una respuesta atinada para todo. Sí, sabiduría. Porque mientras Norma hablaba, uno caía seducido en la escucha. Era inevitable: ya fuera por su voz impostada, sus ademanes, su mirada profunda a los ojos o la intensidad que transmitía, a la Pons daba placer escucharla.
“¿Sabés lo que pasa, piba? Yo todavía no estoy en la cuenta regresiva y la vida hay que vivirla intensamente, sino no tiene sentido”, fue una de las primeras frases que disparó. Como un misil de verdad sobre el grabador que tiritaba su rec. Y también fue lo primero que pensé cuando me enteré de su muerte. Sumado a una incredulidad sobre la inesperada noticia que no sólo se apoderó de mí, que había compartido una hora junto a ella hace pocos días, sino que era compartida por casi todo el ambiente artístico y “su” público en general.
Con ese puñado de -ya inolvidables- minutos compartidos, me atrevo a deslizar que estaría feliz de saber que su jovial vitalidad había logrado traspasar la pantalla, bajar de las tablas, y llegar a ese público que ella tanto amaba.
“Lo que la gente tiene que entender es que a mí ya no me importa lo que me pase, porque este tiempo lo estoy viviendo regalado. Entonces, lo bueno es dárselo a ellos, siendo yo de verdad sobre el escenario. El público se lo merece por quererme y dejarme permanecer durante todos estos años”, me dijo ese viernes por la noche, a horas de subirse al escenario al frente de La Casa de Bernarda Alba, la obra que tantos años había esperado y a través de la cual entregaba “todo”, en forma de agradecimiento.
¿Cómo quería ser recordada Norma? "Me gustaría que se queden con la imagen de una muchacha que luchó mucho porque creyó en su vocación, que la llevó a lugares inesperados. Fue una larga lucha y tardé, pero quiero que sepan que todo es posible en la medida en que estés preparado".
Me vinieron a la mente las frases que me regaló durante la charla, que yo escuchaba (debo admitirlo, aunque devele falta de profesionalismo) como una chiquita, a mis ya treinta años. Porque Norma era tan grande… y no por sus 70. De ninguna manera. Sino por su historia, su inteligente verborragia, su palmo a palmo con la vida. “Me gusta contar mis vivencias y cómo soy. Si me aceptan, me aceptan. Y si no me aceptan, me importa tres carajos. Lo importante es que yo esté bien y estoy bien de verdad”, repetía y hoy reconforta volverlo a leer.
Norma era feliz, había vivido a su manera y será recordada (como me confesó que era su obsesión que ocurriera) con cariño y respeto por su talento. Su última respuesta fue, justamente, sobre cómo quería que la pensaran el día de mañana, a su partida. Así, como ella lo pidió, la voy a recordar yo.
“Me gustaría que se queden con la imagen de una muchacha que luchó mucho porque creyó en su vocación, que la llevó a lugares inesperados. Fue una larga lucha y tardé, pero quiero que sepan que todo es posible en la medida en que estés preparado. A algunos les llega antes, a otros más tarde… Pero lo bueno es que a mí me llegó a esta altura porque el día de mañana cuando esto pase, porque todo pasa, no voy a sufrir tanto porque ya viví, ya experimenté y ya no hay nada que quiera más. Llegué a donde quería y está todo bien. Todas las edades tienen su belleza, cada edad que vas pasando tiene un encanto especial y no sabes qué feliz estoy a mis 70 años: soy respetada, se me considera, se me acepta, se me aplaude… ¿Qué más le puedo pedir a la vida?”.