Desde el piso de su departamento en Nueva York, el joven John se contorsiona como si estuviera haciendo yoga, en plan de eyacular en su propia boca. Así comienza Shortbus, la última película del director John Cameron Mitchell. Con etiqueta de culto desde Hedwig and the Angry Inch, el realizador busca demostrar que una película de sexo no siempre es pornográfica. Para comenzar, la realizó fuera del circuito del cine porno norteamericano, y tratando de despojar las imágenes de ese erotismo ficticio del género.
Presentada en la última edición de Cannes, y sin fecha de estreno aún en la Argentina, se trata de una comedia con escenas explícitas delante de la cámara, pero difícil de calificar. Es más, en muchos países le pusieron el cartelito unrated, incluso cuando se muestra sexo en grupos (no orgías, aclara Mitchell), autoerotismo y sadomasoquismo. ¿Cuál es la clave? Parace que hay varias, como tratar la sexualidad con humor hasta el absurdo, poner eje en los conflictos emocionales y un casting de actores que hablan de su vida privada.
Shortbus se llama la película, pero también el bar que los personajes frecuentan para vivir experiencias extremas: una especie de club privado donde, además de inquietudes artísticas e intelectuales, se comparte la cama, y de a muchos. Una clase de reducto frecuente en Downtown Manhattan, aún más en la época post 11-S. Allí va una pareja gay que quiere abrirse a nuevas experiencias sexuales, incluyendo a un tercero entre ellos, aunque no terminan de decidirse. Una chica coreana que trabaja de sexóloga intenta horas por día y de todas las maneras pero no logra tener un orgasmo, y va a buscarlo. Junto a un grupo de neoyorkinos que reniega separar el sexo del resto.
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