Hasta el momento, no se conoce de nadie que los haya escuchado nombrar por primera vez sin preguntarse ¿qué $%&·! significa su nombre? (tampoco, alguien que haya podido repetirlo de corrido al primer intento). El Atolón de Funafuti-dice la enciclopedia- es la capital de Tuvalu, una recóndita isla-nación de la Polinesia, que lógicamente (esto no figura en el atlas) nada tiene que ver con ninguno de los seis músicos de la banda porteña. Se trató simplemente una elección azarosa basada en el mero amor al exotismo.
En la sala de ensayo donde practican las canciones del disco que grabarán a fin de año, Tino Moroder (ex bajista de El Soldado, actual voz y guitarra de El Atolón) desenreda y guarda cables con una mano, mientras que con la otra sostiene el celular a través del cual explica que así como nadie entiende su nombre son pocos los que van a verlos tocar por primera vez y saben dónde ubicarlos.
Lo suyo, aclara, es rock, pero "rock de búsqueda" logrado a través de un violín que juega a no ser violín, una guitarra que sufre la misma crisis de identidad y una voz tan potente como solemne que canta letras influenciadas por el simbolismo francés.
El cantante asegura que su música- con lejanas reminiscencias al rock setentoso del sur de los Estados Unidos y de Inglaterra, a Tom Petty Bob Dylan y King Crimson- es el resultado de un hallazgo planificado. Cuatro años atrás se reunieron, justamente, con el objetivo de hacer todo lo posible "para escaparle a la música rápida y fácil que imponen las grandes corporaciones en las radios más populares".
Alguna vez, Alfredo Rosso - uno de los periodistas que más sabe de rock en el país- dijo que ellos le demostraron que aún después de varias décadas de haber escuchado miles de bandas de todo tipo, grupo y factor, hay algunas que pueden seguir sorprendiéndolo.
Mientras termina de desenredar los últimos cables y alternando constantemente sus respuestas con indicaciones a sus compañeros de banda, el frontman le dice a alguien en la sala de ensayo que "dejé los micrófonos allá" y, sin dar aviso previo sobre el cambio de interlocutor, dice que las palabras de Rosso fueron el mejor regalo recibido hasta el momento porque surgieron de boca de un experto y fueron absolutamente desinteresadas.
Ya de regreso a su hogar, mientras ingresa a las profundidades del subterráneo, el cantante confiesa que en un punto lo lograron su cometido porque "la gente que nos viene a ver puede amarnos u odiarnos, hasta el momento ninguna de las dos cosas en extremo, pero algún nervio le tocamos".
Recordando el pasado atolónico, Moroder cuenta que en el principio, sólo hubo un EP de cinco temas y que recién dos años atrás llegó "Pequeños rostros en Piezas", editado de manera independiente con apoyo de la discográfica nacional Fonocal. Lo que vino después fue una sucesión de recitales, que culminó en el Luna Park cuando Las Pastillas del Abuelo los invitaron a tocar frente a 8.500 personas.
El nuevo proyecto, adelanta el músico, está en camino. Los temas ya están escritos y sólo faltan algunos ensayos y arreglos para que sean grabados, seguramente antes de fin de año. La diferencia entre ambas placas será que se abrió el paño y Moroder ya no será el único compositor. La violinista, clarinetista y única mujer de la banda Marilina Calós, el tecladista Lucas Herrera y el guitarrista Martín Irrazábal también participaron en la creación de las nuevas canciones.
En cuanto al concepto general del disco, el líder de ATF anticipa que abandonaron las críticas del primer disco, que iban dirigidas hacia una generación desesperanzada, apática y fanática del reviente por falta de sueños, para pasar a un profundo estado de introspección.
El nuevo álbum también será editado de forma independiente porque "no hay productores que busquen bandas nuevas, pese a que en el circuito under hay algunas muy buenas", se lamenta Moroder.
Sin embargo, aclara que es algo que no le quita el sueño. "Sabemos que todo grupo que trabaja duro tiene su recompensa". Parte de ella, dice, la reciben noche tras noche cuando se apagan las luces del escenario y bajan a compartir las críticas con su público. Y eso es lo último que dice porque la interferencia corta la comunicación.
El miércoles 20 a las 20, gratis en Makena (First Roy 1519).