El vestido color fucsia realzó la despampanante figura de Andrea Rincón, que luego de brillar con su stripdance en Bailando 2012, además se reveló como una gran humorista improvisando con ingeniosas y provocadoras reacciones. Quien (casi) no logra resistirse a los encantos de la exuberante morocha, a pesar de su estoico intento, fue José María Listorti.
En realidad, Andrea visitó el estudio de Este es el show para dirimir la polémica que entabló con Flavio Mendoza, que en ShowMatch la había llamado “vaquillona”. Esa fue la excusa para que la voluptuosa vedette hiciera gala de su sinuosa silueta, que contrastaba con la honestidad brutal de sus declaraciones.
Frente a Andrea, Listorti resumió el impacto que le causó la ex Gran Hermano en una verdad de perogrullo: “Estás muy linda. Felicitaciones a tus padres”. Para sorpresa de todos, fue Denise Dumas la que patinó con una metáfora algo infantil: “Alguien está regando esa florcita”. Con voz aniñada y gestos sensuales, Andrea contestó: “No, estoy muy solita. Desde diciembre que no tengo pareja”.
Hasta ahí, Rincón se mantuvo reservada, pero Denise volvió a la carga: “¿Y cuánto hace que no riegan la plantita? ¿Ayer? ¿Una semana?”. La vedette, acostumbrada a ratonear, entendió cuál era la intención y redobló la apuesta: “Soy una mujer autosuficiente. A mí no me gusta estar con cualquier tipo. Con uno fijo sí. Lo que pasa es que tengo un problema, enseguida quiero apretar el botón rojo para eyectarlos. Preferí la soledad”, remató, como si se tratara de una entrevista para una revista masculina.
Y si algo faltaba para ponderar la buena predisposición de Andrea, al rato confesó con total desparpajo: “Agarré lo primero que venía porque estoy con fiebre, estoy mal. Nunca me repuse de la panza, la boquera que tengo acá lo dice”.
Para el final, Rincón hizo su show: demostró que sí tenía una tanga debajo de su vestido, se apretó sus generosos pechos y se palmeó la cola para que comprueben la calidad de las prótesis que se implantó (?). Todo con un gran sentido del humor, que no bastó para aplacar el instinto predador de José María, que no podía sacarle la vista de encima.