Las andanzas y creaciones de Javier Villafañe elaboraron el universo de un maestro del teatro latinoamericano contemporáneo. Fue autor de textos emblemáticos de la literatura infantil y un destacado titiritero con una línea tradicional de creación. Mantuvo a lo largo de toda su trayectoria una estructura itinerante, con títeres de guante y retablo. Hoy se cumplen cien años de su nacimiento -murió el 1 de abril de 1996- y se lo homenajeará merecidamente con una serie de actividades en el Centro Cultural de la Cooperación de Buenos Aires y en Casa de las Américas, en La Habana, Cuba.
En una charla con su amigo Pablo Medina -el más destacado estudioso de la obra de Villafañe y director de la biblioteca para niños La Nube- el titiritero le confesó un punto clave de sus comienzos en Almagro, su barrio natal. "Cuando tenía entre 5 ó 6 años -recordó Villafañe- sobre una silla, cubierta con una sábana, improvisaba un teatro y un argumento con mis hermanos Clotilde y Raúl: La historia de los descabezados y los personajes los hacíamos con medias puestas en las manos".
Aquella infancia dio paso a una juventud marcada por la cercanía con el poeta Juan Pedro Ramos. Ambos compartieron una amistad entrañable, asistieron a las funciones de espectáculos de títeres en el barrio de La Boca y de alguna manera quedaron marcados por esa experiencia. En ese momento, Villafañe escribió Don Juan Farolero y Diálogo entre un caballo, un capitán y un sargento.
Pero hubo dos coordenadas esenciales en la carrera del titiritero que se entrecruzaron, poco tiempo después de cumplir veinte años, y marcaron su vida. Por un lado, en 1933, fabricó su primer muñeco Maese Trotamundos. Y dos años después armó La Andariega, una carreta con la que partió hacia el interior argentino para realizar funciones en los pueblos más remotos de provincia. "Vivía en un carromato -recordó-. Nunca tracé un lugar de salida ni de llegada. Esa labor se la encomendaba a la yegua y me llevó por buen camino".
De ese modo, deambularon sus personajes y con el tiempo se sumaron las historias de Juancito y María, Don Juan el Zorro, entre otros. Luego, a fines de la década del sesenta, se instaló en Venezuela donde realizó una gran actividad pedagógica y creativa, contratado inicialmente por varias universidades.
Algunas de sus obras principales son El pícaro burlado, La calle de los fantasmas y El caballero de la mano de fuego. En el prólogo de la edición cubana de las obras completas de Villafañe que publicará este año la casa Editorial Tablas-Alarcos, al cuidado de Adys González de La Rosa y Nara Mansur, Pablo Medina definió algunas características de los textos del autor argentino: "la obra titiritera de Villafañe condensa el drama y la comedia, no descuida nada. Toda su dramaturgia es teatral- titiritera. Poseen ritmo, acción y el encanto poético de un hacedor de historias arquetípicas de mucha actualidad y frescura".
Hoy se lo recordará de una manera entrañable en la avenida Corrientes y en la sede de Casa de las Américas, frente al malecón de La Habana. En una entrevista hablaba de sus largos recorridos. "De pronto estoy preparando los muñecos para viajar y digo: Voy a llevar sólo a Trotamundos, al Diablo, a la Muerte y a estos dos. Y miro a los otros y me digo: No, no, ¿cómo voy a dejar a estos otros? La verdad, no puedo. Al final los llevo a todos. Usted dirá que sólo hago literatura".