El Pop con estrategia exitista tiene sus clichés (ver Coti, si no). Pero el pop con minúsculas -"Indie pop" o "Canción popular no masiva"- también tiene sus tics y sus tips. Por ejemplo, una confianza en que cierta melancolía coincide con los sentimientos superiores, y en que un redoblante cansino, un arpegio en menor, una voz arrastrada y aireada más una escobilla es igual a ella. En su segundo álbum, Juan Ravioli roza esta tediosa tendencia, sí. Pero si el Pop (con mayúscula) se esfuerza por adherirnos algún estratégico lalalá, aquí la cosa puede pasar por versos tipo "Soy un niño huérfano/ en este mundo extraño". Pero no, Ravioli gana en originalidad gracias a: cierta vocación blusera, sus raíces en el rock nacional no Mega (Carlos Cutaia es músico invitado), sus brotes de inspiración instrumental y un gran talento para los arreglos. Siete vidas y Domingo son obras ejemplares del nuevo cancionero no radial. Piensen en el Spinetta de Para ir o en el Charly de Tango en segunda: ese nivel de contemplación que el poeta Fabián Casas denominó "Boedismo zen". El que permite discriminar "las mil gradaciones/ de luz crepuscular" un domingo en que otros gritan goles.