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Un atorrante, simpático y entrador

El bailarín, que integró las compañías tangueras más importantes, ahora hace "Rojo Tango" en el Hotel Faena.

29 de mayo 2009, 00:00hs

El bailarín Carlos Copello ha recorrido todos los caminos posibles del tango: la milonga pura, las casas de tango porteñas con sus espectáculos para turistas y los más grandes shows internacionales: Tango Argentino, Forever Tango y Tango Pasión, con los que recorrió el mundo entero (hoy, asegura, está absolutamente harto de viajar).

Es, por otra parte, amigo íntimo del actor Robert Duvall, dio clases de tango a Valeria Mazza y actualmente, junto con su compañera Ileana Mahaut, se presenta como figura invitada en el sofisticado Rojo Tango, show del Hotel Faena. Pero antes, mucho antes, Copello había vivido su niñez de pibe pobre en medio del monte santiagueño. "Cuando tenía dieciséis años me vine a Buenos Aires para hacer el secundario y trabajar. Regresé a Santiago varias veces porque extrañaba mucho, pero finalmente me quedé aquí y empecé a bailar rock and roll. Un rock tremendo el de esa época: muchas destrezas y grandes bailarines.

¿Cómo llegaste al tango?

Ibamos con unos amigos del rock a escuchar tango a un boliche en Villa Adelina, el Bar Cabeza; poníamos fichas en una vitrola, pero más que la música, me volvía loco la poesía del tango. Después empezamos a ir a un cabaret en Carupá y uno de mis amigos la jugaba de bailarín de tango; bailaba horrible. En cuanto a mí, yo veía el baile de tango como una cosa para gente grande. Más adelante, gracias a bailarines como Miguel Balmaceda, entendí que no era tan fácil como parecía. Pasaron los años y tuve como maestro a Miguel; me ocupaba de cebarle el mate, porque no tenía plata para pagarle.

¿Qué aprendiste con él?

Lo único que enseñaba era a caminar, una enseñanza muy buena, porque no es fácil caminar el tango. Ojo, no me gustaba para nada y quería abandonar.

Sin embargo, te presentaste a un concurso.

Me convencieron algunos milongueros amigos. Era un concurso en Parque Patricios y aparecieron muchos bailarines que ahora son muy conocidos y andan por el mundo. Gané el concurso y el Negro Bravo me dice que Mariano Mores busca parejas de baile para una gira a México; me pasa los datos de Marty Cosens, representante de Mores. Voy con mi compañera, nos hace improvisar -que era lo mío-, y ahí mismo nos ofrece un contrato: 1400 dólares por mes y 50 dólares de viáticos por día. Salimos y le digo a mi compañera: "¡¿1400 dólares?! Imposible, deben ser 140". Imaginate, yo ganaba 5 pesos por día vendiendo papa y cebolla.

Así comenzó tu carrera profesional..

Sí. Cuando fui a despedirme de mi vieja, me había preparado sándwiches de milanesa para el viaje. No sabía que en el avión servían comida; yo tampoco.

Tu caso es único: participaste de los tres más grandes shows internacionales de tango. ¿Qué te dejaron?

Cuando empecé en 1984 conocía ya el fenómeno de Tango Argentino y rezaba para poder bailar algún día allí. Se me cumplió. Fue el espectáculo que más me marcó, el que más gustó. Claudio Segovia -el director-, tiene la cabeza, el espíritu, el alma, la educación de un artista. En los ensayos, en el camarín y antes de salir a escena logra gestar una seriedad y un respeto que no tiene igual. Y es un tipo totalmente sencillo. Cuando terminamos la temporada en Broadway, íbamos caminando con él y con Robert Duvall, y Claudio me dijo: "Carlos, gracias por participar de mi espectáculo". Y yo pensaba, "¿este tipo está loco?". Mirá, estuve mucho tiempo con Zotto y Milena Plebs en Una noche de tango y siempre sentí una gran alegría; pero con Tango Argentino era otra cosa: alegría y también responsabilidad y felicidad.

En "Rojo Tango" preparás tus propios números. ¿Cómo los concebís?

De acuerdo a cada tema. Para darte un ejemplo: en Arrabalero, quiero que el público vea a ese negro atorrante, nochero, simpático y entrador que soy yo.

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