El hombre, canoso, se acercó al micrófono con la vista gacha, inspiró suavemente, levantó la mirada y cantó. A partir de ahí sucedió la magia, la que no puede reproducir un disco, ni siquiera describirla los que estuvimos ahí. Porque el hombre vibró. Vibró su garganta con esa manera única de cantar del murguero, que nada tiene que ver con el bell canto y está más cercana para nuestra oreja al ¨canto¨ del vendedor ambulante. Así comenzó el carnaval de Montevideo.
La máxima fiesta popular uruguaya lleva -dicen los que saben- cien años desde que una mítica murga venida de Cádiz ¨La gaditana que se va¨, tocó por las calles de Montevideo. Cien años ininterrumpidos de carnaval, el más largo del mundo: 45 días de fiesta popular, que nació humilde, brilló en los dorados 20, atravesó malarias económicas y resistió a la censura de la dictadura. Y que ya tiene su museo ahí no más, al lado del Mercado del Puerto. Por eso, Montevideo fue elegida capital Iberoamericana del carnaval por la Unión de Ciudades Capitales Iberoamericanas (UCCI) por el período 2009 -2010.
En el cuarto verso, el cantor dejó una nota agudísima suspendida en el aire. Todos contuvimos el aliento. En el punto máximo de tensión de esa voz conmovedora, se escuchó desde el fondo arrancar la percusión. Y la canción que empezó, emotiva hasta las tripas, se transformó. Bombo, tambor y platillos arrancaron la ¨marcha camión¨, el ritmo madre de la murga. A partir de ahí, todo fue alegría. El intendente empezó a mover los pies, los ministros, las reinas de las comparsas, todos los que estábamos seguimos el ritmo de alguna manera, cada quien como podía, sonrientes. Algunos viejos murgueros empezaron a bailar.
Ahí entendí. De eso se trata el carnaval montevideano del que tanto me hablaron. Se vive. No se puede cont ar.