Solos o en pareja, las fantasías sexuales son nuestras y se encuentran en ese lugar bien íntimo, al que todos nos deberíamos permitir acceder para disfrutar y, por qué no, practicar aunque más no sea de vez en cuando.
La definición profesional, avalada por sexólogos, responde a "cualquier ensoñación que tenga un guión mínimamente elaborado a conciencia y no dormidos- y que resulte sexualmente excitante, llegue o no a materializarse.
Es algo que excita individualmente y que también puede servir para enriquecer un acto sexual al volcarlo verbal o físicamente en la cama. Ese deseo de transgresión frente a lo prohibido que, sin dudas, tanto atrae.
Las fantasías sexuales más confesadas por personas que acuden a terapia o en foros de Internet van desde la exhibición de sus cuerpos en lugares públicos hasta tener sexo con artistas famosos, un amigo imposible, personas del mismo sexo, en algún lugar especial o en grupos.
Tales "utopías" no son de por sí una infidelidad ni definen la orientación erótica de las personas.
Pero cuando se decide pasarlas al plano de lo real, ya dejan de ser una fantasía para convertirse en un hecho consumado. Hecho que, de por sí, no debería generar culpas ni miedos. Cada cual es libre de hacer con su sexualidad lo que desee, siempre y cuando no hiera a terceros implicados en estas cuestiones.
En pareja, el incorporar fantasías sexuales a la práctica diaria es también una buena táctica para redescubrir nuestro propio erotismo y el del otro. Llegar a conocernos sin tabúes que sólo crean inseguridades e impiden poder disfrutar del sexo, en todo su sentido.