Sebastián Litmanovich es tan luminoso como el sol de la tarde que se subió a una terraza para hablar de , su proyecto musical. Recién llegado de y a punto de volver a Barcelona, fuma tabaco de armar y recomienda las marcas extranjeras y el papel de arroz. Está allá desde 2002, trabajando en dirección de arte y diseño gráfico, aunque dice convencido que podría vivir en cualquier lugar. Porque existe un mundo personal que la música transforma en hogar. Donde convive con sus canciones, demasiado sutiles para ser rock, bastante introspectivas para ser bailables, algo pop. Producidas con guitarras y sobre todo en un portaestudio de pocos canales y muchos viajes encima.
En 1997 editó Comprimido, su primer disco, al que le siguió Posología, fichado por el sello (de la cineasta Sara Lee), que le programó shows en Nueva York y Japón. Después llegó Electrocardiograma; y ahí terminó una etapa, la "psicosomática", que dio un giro con Pequeños accidentes domésticos, un disco en plan cantautor.
No vive de la música, "porque habría que hacer muchas concesiones, grabar spots para publicidad, esas cosas", y en los shows en vivo alterna con músicos que cambian con frecuencia, aunque su hermano Martín y Sebastián Kramer, de , son de los habituales, cuando está de paso en la ciudad. Con Restar, y después de componer la música para el documental
En pocos días vuelve a la ciudad cosmopolita y pequeña, donde todo se resuelve con el boca a boca, los volantes que circulan por la calle y las personas conocidas ocasionalmente. "Me comparan con Calamaro, pero por la manera de cantar, de entonar...". (¿por los rulos?). "Si te fijás aclara de todos los temas de Calamaro que son hits, en ninguno usa palabras demasiado argentinas", dice amable. Mientras repite la toma, pasa una ambulancia, un colectivo con el escape roto y arma otro cigarrillo.