Alejandro Awada cuenta que en su adolescencia tuvo una fuerte tendencia autodestructiva, que atravesó una profunda sensación de soledad, y que el teatro le salvó la vida, literalmente. Pero no lo dice al pasar. Elige cada palabra, hace pausas en su relato y piensa, sobre todo, piensa, como si los silencios fueran un elocuente signo de su introspección.
En marzo de este año, el actor viajó a Puerto Deseado, Santa Cruz, para filmar Días de pesca, la nueva película del cineasta Carlos Sorín, en la que protagoniza a un hombre frágil y sensible que intenta rehacer su vida -y a sí mismo- luego de sufrir una adicción.
En una charla íntima con Ciudad.com, Awada establece puentes: habla de él mismo a través de su personaje, y de su historia a través de su amor por la actuación.
"Cuando sucede el momento de la actuación, la mente que me habita todos los días se va a descansar por un rato".
- Contanos un poco cómo es tu personaje en Días de pesca...
- Lo que yo sé es que Marco Tucci tuvo una vida un tanto introspectiva. Lo imagino un hombre solo y, como consecuencia de esta soledad, en un momento abraza el alcoholismo, hasta que lo deja e intenta modificar su calidad de vida. Para eso elije un hobby, la pesca, y un lugar, La Patagonia, donde sabe que va a encontrarse con su hija (Victoria Almeida) a la que hace mucho tiempo que no ve. Hay una problemática central y varias periféricas que me causan empatía, simpatía y un profundo amor por este personaje.
- ¿Qué te causa empatía? Digo, la historia de su personaje es cruda...
- La dificultad para mejorar considerablemente su calidad de vida, intentar ser un hombre feliz, dichoso, tener una buena vida, perdonarse, aceptar, ser aceptado, tener la posibilidad de empezar a amar y ser amado. Y dejar el dolor, erradicarlo, que sabemos que no sucede mágicamente, y empezar a conectar con la belleza si es posible.
- Parecen añoranzas.
- Entiendo que para él sí, y para mí también (se ríe).
-"Erradicar el dolor" suena a años de terapia. ¿Te psicoanalizás?
- Sí, hace 27 años con el mismo terapeuta a quien adoro, respeto, quiero y admiro. Es mi espacio de conocimiento.
- ¿En qué momento decidiste empezar terapia?
-De adolescente, a los 18 años. Anduve dando vueltas de un terapeuta en otro hasta que a los 21 o 22 conozco a este analista, y desde ese momento hasta la fecha estamos. Lo que me llevó a acercarme al ser psicoanalizado era una profunda sensación de soledad y malestar.
"Entre mis 17 y mis 23 años me ocupé de intoxicarme con cuantas cosas llegaran a mis manos y había una fuerte tendencia autodestructiva".
- ¿Qué encontraste en él que no encontrabas en otro lado o en otras personas?
- Su inteligencia, su sensibilidad, su amor, su aceptación y lo que yo aprendo con él. Me estimuló para que aprenda (teatro) como corresponde. Primero descubriendo lo que uno no sabe. Segundo, acudiendo a los buenos maestros. Y tomarse el estudio con seriedad y responsabilidad. En el trabajo lo mismo.
- ¿Qué te permitió la actuación en tu vida?
- Libertad (hace una larga pausa). Cuando sucede el momento de la actuación, la mente que me habita todos los días se va a descansar por un rato...
- ¿Aparece un “otro”?
- No, no es otro, y no es que te quiera contradecir, perdón. Creo que es otro espacio de uno mismo. Se abren puertas y ventanas que tienen que ver con lo sensorial y lo espiritual, si querés. Respirar esos aires es profundamente enriquecedor. Es una meditación también. Es una apertura de descubrir otros acontecimientos que tienen que ver con la vinculación, tanto con los compañeros de trabajo como con el público.
"En un momento de mi vida no tenía ni idea de donde estaba parado […] Hasta llegue a rozar la pérdida de la realidad".
- Una vez escuché que la actuación te había salvado la vida. ¿Es así?
- Sí.
-¿Literalmente?
- Sí... En un momento de mi vida no tenía ni idea de donde estaba parado. Esto fue en mis 23 o 24 años. Cuando descubro la actuación, me doy cuenta de que puedo comenzar a desanudar tantos nudos. Eso produce varios quiebres importantes y en esos quiebres hasta llegue a rozar la pérdida de la realidad. Y luego de un tránsito en esas zonas, llegó un momento de la vida en donde me encontré empezando de cero absolutamente todo, a los 25 años. Y ese empezar de cero me ayudó a comprender que lo único que tenía que hacer era aprender. La actuación, el teatro, la vida actoral en los distintos medios fueron muy sanadores y enriquecedores en ese sentido.
- ¿A qué te referís cuando decís que perdiste contacto con la realidad?
-Entre mis 17 años y mis 23 me ocupé de intoxicarme con cuantas cosas llegaran a mis manos y había una fuerte tendencia autodestructiva. Por eso el teatro me salvó la vida. Porque a partir del teatro comencé a descubrir el amor.
- El "dar"...
- Nada menos. El intercambio, exactamente.
- ¿Ahora estás en pareja?
- Sí, pero no te voy a decir con quién, ni el nombre, ni la profesión.
- ¿Te imaginás dejando de actuar?
- No. Yo voy a actuar hasta que donde considere que mis capacidad están en condiciones de realizarlo. La fantasía que tengo es que con los años me dedique también a ofrecerle mis conocimientos a los que vienen a buscarlo.
-Uno en general usa diferentes máscaras, si se quiere, para transitar roles que le toca atravesar en la cotidianeidad. En eso aparece algo de la actuación. ¿A vos te pasa?
- Luigi Pirandello creó a sus personajes desde ese concepto. Pero yo estoy siendo consciente de que hace treinta años estoy intentando despojarme de la actuación en la vida cotidiana. Estoy intentando ser lo más relajado, liso y sencillo posible. Y lo más verdadero, en la medida de lo posible. Conozco mis actuaciones y trato de no ofrecerlas en lo cotidiano. Trato de ser lo más genuino que pueda.