El champagne Piper Heidsieck corría como agua anteanoche en la Cena de Clausura del Festival, que se brindó a los premiados, miembros del Jurado e invitados especiales -entre los que estaba el enviado de Clarín, único medio argentino en el Salon des Ambassadeurs, en el mismísimo Palais des Festivals-. Tras la entrega de los premios y la proyección de Coco Chanel & Igor Stravinsky, del holandés Jan Kounen -de la que nadie habló una palabra en la cena-, hubo que subir por otra alfombra roja, dentro del Palais, para llegar al cuarto piso.
Con estricta seguridad, los invitados debían hacer autoservicio entre quesos y manjares de frutos de mar, cordero, ternera y pastas, para ubicarse en unos cómodos sillones o mesas, todo decorado de blanco, como había sido el escenario horas atrás.
Tardaron, pero no tanto en arribar las estrellas a la cena. En una larga mesa no dentro del salón, sino ya en la terraza con vista al Mediterráneo, los miembros del Jurado -exceptuando a Isabelle Huppert- charlaban y fumaban animadamente. Como durante todo el Festival, Asia Argento se mostró muy cerca del director James Gray. Cuestión de edad, tal vez, pero siempre tuvo un guardia de seguridad encima. Hasta esa mesa se acercaron algunos de los ganadores, como Christoph Waltz, el austríaco que compuso al coronel nazi Hans Landa en Bastardos sin gloria, de Quentin Tarantino. Siempre escoltado por el ahora resucitado Harvey Weinstein (productor de Tarantino y de éxitos como Shakespeare enamorado y otros), Christoph fue de los más palmeados de la noche, algo que no podía hacerse con Charlotte Gainsbourg, ganadora como mejor actriz por Antichrist, por razones obvias.
Su compañero de elenco y sufrimiento en el filme de Lars von Trier, Willem Dafoe, acaparó el mayor número de flashes de la velada. No por los fotógrafos, sino porque tenía el sí fácil a la hora de aceptar posar con los invitados, que con sus celulares se retrataban con él.
En un corralito (perdón) estaba Michael Haneke, el otro austríaco ganador de Cannes, con la Palma de Oro por Das wiesse Band (El lazo blanco). A él sí no se podía acceder, cosa muy distinta que con Gilles Jacob, presidente del Festival, quien a los 78 años estaba sentadito en una mesita sin nadie que lo protegiera. Muy cerca, Terry Gilliam bromeó toda la noche, mostrando unas medias multicolores que contrastaban con su esmoquin, tal vez pedidas a Francis Ford Coppola, tan adicto a esas prendas colorinches.
Los orientales (con Lou Ye a la cabeza) estaban en un rincón de la terraza, sin molestar a nadie. Pero a la medianoche ya era imposible circular entre las mesitas. Thierry Frémaux, el hombre detrás de la selección oficial del Festival, era de los más felices de los asistentes.
A la hora de los postres, además de helados, masas finas, crepes y bombones, había algodones de azúcar. Al retirarse, a las damas L Oreal les entregaba un bolsito negro con productos pero, poco previsores, se acabaron pronto y el je suis desolee era la excusa más escuchada.
Ya a la una quedaban pocos en el Salón. Había que ir a la fiesta, en la playa del Hotel Majestic Barrière, a pocos metros de allí. Guardias de seguridad con perros (!) estaban por ahí, para que ningún intruso se entrometiera entre los invitados a la fiesta, que ya era más democrática: ninguna estrella se ensució los pies con la arena blanca.