El otro día fui de shopping con Armando, mi amigo gay (¿quién no tiene un amigo gay?). Me largué confiada. Armando es gay pero no loca, suele ser un tipo expeditivo y que siempre sabe lo que quiere, pero rápidamente me di cuenta de que la cosa iba a ser complicada. Pronto descubrí que mi amigo, insisto, gay pero bien macho, tiene casi tantos complejos como el resto de mis amigas.
Sí, el "cómo quedan los pantalones vistos desde atrás" (descontando que adelante el bulto haga bulto) resultó un temón. Toda la tarde recorriendo locales, probando jeans ni justos ni holgados, camisas que armaran buena percha y que disimularan pancita incipiente. Cuando por fin nos desparramamos en los silloncitos de un café a sorber desesperadamente unos juguitos de naranja. Le confesé a Armando que siempre había creído que los hombres no tenían tantos mambos con el cuerpo como las mujeres.
Lo cierto es que sí, los tienen. Lo gay a Armando no le quita lo valiente y justamente por eso, es uno de los pocos que se anima a enumerar sus frustraciones con el espejo. Pero hay una amplia mayoría de señores heterosexuales que también tienen sus rollos con los rollos, que miran con desesperación el avance de la pelada que, incluso, abandonan el uso de un calzoncillo determinado porque les deja el culo parecido a un globo... La lista continúa y es larga.
Están los que no se quieren sacar la remera en público, los que tienen problemas para mostrar las piernas flacas. Y todo esto dejando fuera la cuestión del tamaño de la erección.
Al final ellos llegan a la cama con tantos complejos como nosotras. La diferencia es que no andan por ahí preguntándole a su camarada de aventuras "¿este jean me hace mucho culo?". No lo dicen, pero la duda está.
Moraleja: chicas, nunca estén tan seguras de que salir de compras con un hombre es sencillo. Y sepan que a la hora de desnudarse por primera vez, muchos de ellos están tan acomplejados por los rollos como nosotras.