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Jazmín Stuart, confesiones de una mujer que le huyó a la fama: "No tengo pasta de estrella, no puedo estar sonriendo todo el día"

La directora acaba de estrenar Pistas para volver a casa y habló con Ciudad.com de su rol de madre y esposa, el miedo a los 40 y más.

Por Sergio Florez
15 de marzo 2015, 10:00hs

Es una mujer de contrastes, Jazmín Stuart (39). Sentada en un bar de Belgrano frente a un café terminado hace varios minutos, responde con tranquilidad las preguntas de Ciudad.com. De a ratos, pierde la mirada por la ventana y proyecta una imagen de calma y plenitud. Sin embargo, reconoce que, a la hora de ponerse el traje de directora, no tiene inconvenientes en “pegar un par de gritos” y mostrar las garras para “arrear al equipo”.

"Necesito cierto resguardo, cierto nivel de incógnito. No podría sostener nunca en la vida ser estrella de televisión, no estoy hecha de esa manera"

Stuart acaba de estrenar Pistas para volver a casa, su segundo largometraje como realizadora, protagonizado por Érica Rivas y Juan Minujín. Casada desde hace siete años con el chef Mauricio Masajnig y madre de Manuel (5), Jazmín fabrica los huecos en su agenda para convertirse en escritora, dramaturga, actriz y directora.

“Ahora estoy escribiendo una película de terror con Gabriel Medina (realizador de La araña vampiro), que él va a dirigir y yo protagonizar. Después con Hernán Guerchuni (director de El Crítico) tenemos otro guión que vamos a codirigir y voy actuar uno de los seis personajes. Después tengo un guión nuevo que escribí sola que se llama La bestia, que me gustaría, por primera vez, dirigir y actuar. Después hay una peli que va a dirigir Diego Fried, que quiere que yo protagonice… y todo eso este año, ja ja ja”, adelanta con una carcajada.

-Es tu segundo filme, ¿ya te sentís cómoda en el sillón de directora?

-Sí, re cómoda, la siento más como una primera película porque Desmadre fue una codirección y no la sentí tan propia. Esta es mucho más personal, está más mi personalidad. No sólo desde la temática y los personajes, sino también desde el lenguaje. Me siento mucho más dueña de los detalles.

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-Hay que tener una personalidad fuerte para marcar los tiempos en un rodaje. ¿Sos intensa o más bien de consensuar con los actores?

-Se dice de mí que soy muy precisa en cuanto a lo que pido y me pongo exigente. Por otro lado, también acepto muchísimas sugerencias. No se me mezcla una cosa narcisista con lo que hago. A veces me puedo poner rígida, pero después te doy un abrazo y nos tomamos una cerveza juntos. Creo que es una característica de las directoras mujeres, que podemos manejar cierta dureza y después volver a la suavidad que nos caracteriza, manejar distintas energías.

"Acabo de cumplir 39 y podés estar cinco años desde que escribís hasta que filmás una película. Si tenés 40, ¿cuántas más vas a poder hacer antes de que te mueras?".

-Proyectás más bien una imagen angelical, ¿hubo momentos ríspidos en la filmación?

-Filmé en cinco semanas y media una película difícil, con lluvias, bebés, tiros, animales, dobles de riesgo. Mucha cosa. Y hubo momentos en los que como directora tuve que plantarme para no dejar escenas en el camino. Tuve que arrear y arengar mucho al equipo, y en esas situaciones me puse muy visceral. No tengo ningún problema en pegar un par de gritos porque no creo en la figura del director sentado en la silla esperando que los demás resuelvan. Si me tengo que poner a tirar cables, no tengo ningún problema. Me parece una boludez esa cosa del director que no comparte con el equipo. Eso es por un miedo a perder la autoridad y es una fantasía porque los demás esperan que vos les digas cómo accionar. No perdés nunca la autoridad por ser más humano.

-Sos actriz, guionista, directora, dramaturga, madre. Una personalidad bastante inquieta, ¿no?

-Sí, es cierto. Creo que si no me aburro, el oficio del actor está lleno de momentos de espera y está muy relacionado con la elección de los demás. ‘Me eligen, no me eligen, me llaman, no me llaman’. Muy rápidamente me di cuenta que esa dinámica no era para mí, hay algo en la autogestión que me resulta casi inevitable.

-¿Y cómo congenias tantos proyectos con la crianza de tu hijo, Manuel?

-Cuando filmé Desmadre, Manu tenía 10 meses y venía al rodaje todas las tardes. Filmaba y lo amamantaba, ¡gritaba con el nene en la teta! Te juro por Dios que era así, era parte del equipo. Y cuando estaba embarazada de ocho meses filmé Fase 7, de Nico Golberg, con un “bombo” que en cualquier momento paría. Era un Teletubbie, me caía para adelante. Manu ya desde la panza se fue acostumbrando a esto. A esta edad, ya entiende de qué trabajo y le gusta mucho, a veces juega a hacer películas.

"Me da miedo el tema de la funcionalidad, no la muerte. Entiendo que la vida se tiene que terminar. Igual, si me ofrecen ser inmortal, firmo acá".

-¿Tu marido no hace reclamos por esos horarios tan dispares a los de una mamá más “normal”?

-Y… él tuvo que ir flexibilizando mucho sus ideas y sus estándares. Se fue acomodando y siempre fue súper colaborador. Es un re buen papá y eso a mí me da mucha tranquilidad, me permite moverme con más libertad para hacer todo lo que necesito. Y que él no se dedique a algo artístico también hace que nuestra familia tenga otra base. No me puedo imaginar cómo hacen dos actores, o un director y una actriz. Yo de golpe desaparezco dos meses para filmar, pero cuando no estoy filmando soy re mamá. Lo llevo al cole, hacemos vida barrial, vamos al almacén, a la plaza. Pero bueno, en casa ya se sabe que de golpe me agarra como un tsunami, arranco y desaparezco, ja ja ja. Me alegra tener una familia así porque en otra época era impensado. La que siempre se quedaba en la casa era la mujer y el que exploraba el mundo era el hombre. Me parece que está bueno ir intercambiando los roles.

-¿Evaluás tomarte un recreo para volver a ser madre?

-No, o sea, me encantaría tener otro hijo, pero recreo, ni loca, ¡yo no paro! Si te digo que filmé embarazada y con el niño a cuestas... El embarazo es un gran momento para escribir, para sacar adelante un guión. No puedo ni quiero parar. De hecho, este año es un delirio y me encanta tener muchas ventanas abiertas al mismo tiempo. Me gustaría viajar con Pistas… y presentarla en varios festivales.

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-Pareciera como que te da miedo quedarte estática.

-Aburrirme es lo que más miedo me da en la vida. Pero es algo existencial, una sensación que es inevitable. Hay momentos en los que se desinflan las ruedas del auto, vas más despacio y hasta, tal vez, te frenás. Y de esos momentos uno también saca muchas conclusiones y aprende mucho, pero prefiero que no me pase, me gusta estar entusiasmada. Además, pasa tan rápido el tiempo. Acabo de cumplir 39 años y siento que vuela. Filmar y hacer películas lleva tanto tiempo, podés estar cinco años desde que la escribís hasta que la filmás. Y si tenés 40, cuántas más vas a poder hacer antes de que te mueras, ¿entendés?

"Me encantaría tener otro hijo, pero recreo, ni loca. ¡Yo no paro! No puedo ni quiero parar. Aburrirme es lo que más miedo me da en la vida".

-¿Te da miedo el tema de la edad?

-Me da miedo la funcionalidad, no la muerte. Entiendo que la vida se tiene que terminar. Igual, si me ofrecen ser inmortal, firmo acá. Me gusta mucho la vida y me asusta perder la funcionalidad dentro del juego que es la vida. Que la mente no me funcione, que el cuerpo no me funcione porque, de alguna manera, la tarea creativa se nutre mucho de eso. De lo sensorial, de la imaginación y las facultades mentales. Sin eso no podés accionar demasiado. Me da miedo el desgaste, no la finitud porque contra eso no se puede hacer nada. Quizás lo que estoy diciendo es muy típico de los 40, es fuerte.

-En tus comienzos, explotaste en la tele y todo parecía encaminado para que te convirtieras en una heroína de TV. Sin embargo, en un momento bajaste la persiana y construiste una carrera por otro lado. ¿Qué pasó?

-Por suerte hice eso. En realidad, va cambiando mucho con el tiempo la visión que tengo de esa época. Creo que lo que me pasaba es que empecé a laburar como actriz porque necesitaba trabajar y no se filmaba tanto como ahora. Estaba muy enamorada de la actuación, pero me costó mucho entrar a un ámbito tan industrializado en lo que es ficción, lo sufrí un montón y, al mismo tiempo, aprendí un montón. De golpe, abrí los ojos y habían pasado seis años de tira diaria y fue como despertarme y decir "yo estudié dirección, escribía, quería investigar cosas, quería profundizar". Y ahí, paré la pelota y empecé a escribir una obra de teatro que después estrené. Empecé a elegir de otra manera los laburos, aprendí a ahorrar y administrar mi plata de otra manera para poder decir que no y esperar. Y por suerte lo hice porque no tengo pasta de estrella de televisión, no lo podría sostener nunca en la vida. No tengo eso, no estoy hecha de esa manera, admiro mucho a las minas que lo sienten y lo hacen. Pero yo no lo tengo.

"Que mi marido no se dedique a algo artístico hace que nuestra familia tenga otra base. No me puedo imaginar cómo hacen dos actores".

- ¿Te da tanto temor la exposición?

-Sí, hay algo de eso que no me gusta. Yo me siento muy feliz cuando me subo al subte con los auriculares puestos y puedo mirar a la gente, y la gente se deja mirar porque no sabe quién soy. Por ahí, alguien me dice "¿te conozco del club, de la escuela?", pero no me sacan la ficha y eso me permite observar. Y si no puedo hacerlo no puedo escribir, necesito mirar a la gente para poder inventar las historias que quiero contar. Para eso necesito cierto resguardo, cierto nivel de incógnito. Más allá de la cuestión de la popularidad, no tengo pasta para estar sonriendo todo el día, no puedo. Me resulta agotador y no lo podría sostener, hay algo de todo ese esplendor que yo no lo tengo. Hay momentos en los que necesito retirarme y escribir, andar de jogging detrás de cámaras sin una gota de maquillaje y sentir que soy un chabón más del equipo. Por suerte tomé esa decisión y también sé que es un juego al que puedo entrar de vez en cuando. Así me siento equilibrada, cambiando de espacio y de gente.

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