Una de las particularidades de la versión de El beso de la mujer araña -que protagonizan Martín Urbaneja y Humberto Tortonese, bajo la dirección de Rubén Szuchmacher- es el trabajo esencialmente concentrado sobre el texto de Manuel Puig. En este abordaje de El beso..., la palabra de Puig surge como elemento predominante de una puesta sin brusquedades ni sobresaltos.
Y esta característica es un eje vertebral en la dirección del espectáculo hasta el punto que, en algunos pasajes, prevalece en escena un texto limpio del canon literario argentino, cuyas cualidades teatrales son indirectamente discutidas en escena.
La decisión estética de trabajar de ese modo conlleva, por un lado, la contención como elemento fundante del registro actoral. Urbaneja y Tortonese elaboran una línea aséptica de interpretación. Por otro lado, desfasada tanto la cuestión de género, como el contexto de las discusiones políticas que pudieron envolver en algún momento al texto de Puig, el desafío del espectáculo consiste, en parte, en lograr envolver en sus matices a un espectador contemporáneo.
El homosexual y el preso político desvanecen sus referencias. Molina y Valentín comparten un calabozo, por distintas cuestiones. El primero por un aparente abuso de menores; el segundo, debido a su actividad militante. Para nada incomoda su encuentro en una cárcel, resulta hasta pintoresco.
Ambos personajes elaboran un juego de seducción fundado en la escucha y la intimidad de sus relatos y confesiones personales. Molina narra la película La mujer pantera, y envuelve a Valentín en su trama. La puesta de Szuchmacher asume del texto su núcleo elemental: la necesidad de los personajes de ayudarse en el aislamiento absoluto. Sirve de ejemplo, la situación donde Valentín se defeca encima y Molina, ante la indefensión absoluta de su compañero enfermo, le brinda su camisa para que se limpie.
Urbaneja, sólido actor del off -con destacada participación, entre otras obras, en Chiquito, de Luis Cano- interpreta una versión de Valentín cercana a la caricatura de un preso político latinoamericano de los setenta.
Mientras que resulta inquietante la manera en que Tortonese asume a Molina. Lejos de toda gestualidad excesiva o histriónica, el trabajo del actor se afianza en la contingencia de ciertos atisbos de humor que libera y el espectador reconoce. Pero esos arranques rápidamente se disuelven en la forma trazada para recorrer esta obra de Puig, lejos de todo manierismo y cercada por el peso de las palabras.