El otro día me tocó contemplar una de las situaciones más extrañas en los últimos tiempos: Fernanda, una encantadora mujer de 30 años, tuvo que enfrentarse al blanqueo on line del final de su última relación. Casi se desmorona cuando apretó el botoncito que la devolvió al grupo de los solteros en Facebook.
Claro, no son pocos los que se iniciaron en la red social con una relación feliz para estampar en el estatus de situación sentimental. Pero por estos días, algunas de esas parejas terminaron. Y oh situación: hay que actualizar el perfil. Hay que confesar públicamente el estado de cosas, hay que volverse soltero una vez más ante los ojos de todos. ¿Hay que?
¿Por qué extraño motivo estamos dispuestos a comprometernos de esa manera con una página de Internet? ¿Es que cuando rellenamos por primera vez ese casillero del perfil ya no hay vuelta atrás? ¿Estamos obligados para siempre a seguir rindiendo cuentas a la red social? Seguramente no se lo contamos a mamá, pero no podemos esquivar el brete de modificar el perfil.
No sé en qué momento Facebook se convirtió en un camino de ida. Pero seguro que la primera vez que tocamos la pestañita para decir que estamos "en una relación", no pensamos en las consecuencias de ese click. Lo más dramático de toda la situación es que ese click tenga consecuencias reales en nuestras vidas. ¡Un click!
Ver a Fernanda derrumbarse ante su perfil devenido en soltero me pareció un precio demasiado alto para pagar por pertenecer al mundo virtual. ¡Derroquemos el estatus de situación sentimental del Facebook! ¿o me van a meter presa por terrorista?