Descalzos, dos integrantes de terminan el desayuno tardío en la casa porteña que los aloja. "A nosotros nos gusta ésto", dice Sam Maquieira detrás de su melena larga. El hijo del poeta chileno , el que canta y toca la guitarra en su propia banda se refiere a Sumo, que suena en el equipo de música. Sumo y el rock clásico argentino, agrega. El otro rocker de visita se llama Aldo, Aldo Benincasa aparece en los créditos de la Rolling Stone chilena: "es el fotógrafo del rock", acota su amigo, sentado a la mesa que exhibe un par de botellas de vino chileno (del bueno) que compartirán con los rockers argentinos -Los Álamos, Amoeba, The Jacqueline Trash, Dieguez, Los Palos Borrachos, Nacho de Doris-, que propiciaron este intercambio musical de espíritu indie.
Mientras llegan los (Alejandro y Álvaro Gómez, también integrantes de Guiso), el manager de Los Álamos ultima detalles: rastrilla su agenda en busca de una banqueta para batería, advierte que las fichas eléctricas no son iguales acá que allá y todos repasan anécdotas de la noche anterior, en La Cigale, donde Fantasmagoria cerró el ciclo Los lunes están de moda. Finalmente llega el dúo de FolkRoll de su refugio en Buenos Aires: una casa en Congreso que cada mañana los despierta con una manifestación. Revisan mails, intercambian diálogos brevísimos en ese dialecto veloz que los caracteriza y elogian las revistas argentinas (Los Inrockuptibles - Plan V) por el espacio que otorgan a la escena local análoga a la que ellos pertenecen allá.
Porque muy consecuentes con la manera independiente de gestionarse, junto con otras bandas como Tsunamis, Pendex, Caminon, Matorral, Hielo Negro y Ramires!, forman parte de una misma escena que la prensa llamó "el renacer del rock chileno". Comparten sello (), amistad, el barrio y hasta las giras, como esta que los trae a Buenos Aires.