El clima primaveral, en pleno invierno, colaboró en la tarde de la entrevista con Patricia Sosa (58), quien esperaba en el estudio de grabación que adaptó a toda orquesta su ex marido y actual novio, Oscar Mediavilla (59). El próximo paso del exitoso dúo será la presentación de la cantante los días 19, 20 y 21 de septiembre en el teatro ND Ateneo. A poco de cumplir 40 años como pareja, Oscar se deshizo en halagos para describir el videoclip de A tu lado voy, que fue rodado en dos semanas de trabajo en el terreno lindero a la casa que la solista tiene en Córdoba.
"Si hay algo que me arrepiento en la vida es no haber tenido más hijos. Pude haber tenido muchos, pero primero buscamos la vocación que nos llevaba adelante, que no teníamos casa ni nada. Cuando tuvimos a Marta se desató mi carrera como solista y ¡wow!, viajes por todos lados. Después se me pasó el tiempo".
-La letra de la canción cuenta una historia de superación, pero el videoclip está disociado…
-Yo les escribí la canción a mis guías espirituales. Decidimos hacer el videoclip cerquita de mi casa de Córdoba, en el , porque es donde me inspiré para crear el tema y donde están mis guías. Cada uno lo interpreta a su manera según sus creencias. El clima nos acompañó, el sol estaba divino, pero había mucho más viento del que hubiera querido soportar.
-¿Los temas que lanzás preanuncian un nuevo disco?
-Yo voy a hacer lo que se está haciendo en el mundo, sacar singles de difusión en Internet y dependiendo de la cantidad de reproducciones que tengan, sacar otro. Así con cuatro o cinco canciones, para que cuando estén listas, sacar el disco físico como un lindo souvenir. Porque no le vendés un disco a nadie, je, je. No. Se venden discos, pero mucho menos que antes. Hay que adaptarse a las nuevas formas.
-Vos sos una artista ya instalada, ¿pero por dónde pasa el negocio de la música hoy en día?
-La clave es el vivo. Desde el show en el teatro hasta la gira por el Interior, la presencia... Hasta que no saquen un holograma mío, que posiblemente estará en un futuro, el negocio ahora pasa por el vivo, ya no pasa por el disco. El que está jorobado en esta cadena, que favorece muchísimo al intérprete, es el autor. Yo como cantautora me veo beneficiada porque los teatros se llenan y puedo difundir mi material sin necesidad de invertir tanto dinero, porque puedo subir lo que quiero y ser mi propia productora en un montón de cosas, no depender de discográficas. Como autora me perjudica, porque siempre cobré por cada pasada de canción, que ahora ya no se hace. Hay que tener en cuenta que el autor es la célula madre, sin autor no hay obra. Las compañías discográficas ahora les piden a las bandas parte del dinero recaudado en los shows. Eso habla a las claras de cómo están las cosas.
-¿Cómo es tu proceso creativo? ¿Surge primero la letra y después la melodía, por ejemplo?
-Depende, no tengo un método. Quizás estás jugando en mi casa con el programa que tiene bases para música que tengo en la compu y eso sirve para meter cualquier melodía. Tal vez lo que mande es el rif y el ritmo. Hay otras canciones que empezás a grabar en un acorde con la guitarra o el piano que tienen que ver con lo armónico. A veces arrancás escribiendo poemas. En el 90 por ciento de los casos, la inspiración te agarra laburando y uno abre la puertita. Es muy difícil que te agarre mirando el noticiero (risas).
-Aprender a volar es de las canciones más escuchadas en ceremonias que cierran ciclos…
-Es tremendo lo que pasa con esa canción. La escribí en el tiempo que dura. Mi hija Martita empezaba primer grado al día siguiente y yo estaba muy angustiada. Mi bebé dejaba de ser mi bebé, iba a tener sus obligaciones y ella me preguntó qué es la primaria, porque todo el mundo le hablaba de eso. Yo le contesté que iba a aprender a leer y escribir, y ella me respondió que eso ya lo sabía, pero no le podía contestar cosas coherentes. La acosté, bajé a mi sótano y dije “duro es el camino y sé que no es fácil, siempre habrá tiempo para descansar”. Yo se lo escribí a ella, después lo grabé. Un día, en la esquina de Santa Fe y Rodríguez Peña, me para una chica que era maestra de sordos, que miraban Nano, la novela de Gustavo Bermúdez y Araceli González. Y como la cortina musical la compuse yo y la gestuaron, se interesaron también por Aprender a volar. Entonces, me dijo que en un mes se iban a graduar 600 chicos hipoacúsicos, y ella quería que estuviera presente. Yo me sentía mal porque iba a ir al mundo del silencio. ¿Qué iba a hacer, mover la boca? Ese día salí sola a escena y una cosa es cantar y otra es gestuar. Pero es impresionante porque salía música, era un silencio total y cuando terminó, primero aplaudieron y después los gritos de los chicos no tenían techo, corrieron al escenario a besarme las manos. Ahí tomé conciencia de que la canción se me había ido de las manos, que no era mía, que había llegado a este mundo para dar servicio. Porque no sólo la cantan los que se reciben o los médicos que se van a hacer residencias al exterior, sino que la pasan en terapias donde hay riesgo de muerte, en el pabellón oncológico del Hospital de Niños. Pero no tuve esa intención, fue sólo para calmar mi ansiedad. Pero estaba destinada a eso, me causa la maravilla de saber que soy un instrumento.
-¿Hay temas que te fastidie que siempre te piden que vuelvas a cantar?
-No. Uno tiene que grabar cosas que pueda respaldar por el resto de su vida. Pero además, cuando uno interpreta una canción, siempre la escena es diferente. Sin embargo, cuando hice teatro en La Revista de Buenos Aires, hacía un musical y cantaba tres canciones, y estaba aburridísima porque eran siempre tres pasos para un lado, tres para el otro. No duré más que un mes y medio.
-Para vos que pasaste por todo tipo de escenarios, ¿fue tan especial cantar en el Teatro Colón?
-Sinceramente, no pensé que iba a ser tanto. Desde lo profesional creí que iba a salir a un escenario precioso. Ahora, en el momento en que me subí al escenario con ciento y pico de músicos y vi todo el teatro encendido… La caja de resonancia del Colón es de las siete mejores del mundo. Me preguntaba por qué sería. Yo estoy acostumbrada a tocar con la banda atrás y que la música me pegue en la espalda. En el Colón lo que pasa es que la música va hasta el fondo y vuelve, entonces uno se siente absolutamente envuelta. Porque son instrumentos acústicos, la cuerda tiene otra vibra… Sentí un hormigueo, me permití no ser completamente profesional y darle rienda suelta a la emoción y me puse a mirar, porque quería fotografiar con mi alma ese momento. Cerré los ojos y empecé a cantar. Sentí las palmadas de Caruso y todos los grandes que pasaron por ahí, que me decían que algo bueno había hecho para estar ahí, porque no cualquiera llega a ese lugar. Sonaba todo etéreo, liviano, fue tremendo lo que pasó. Una experiencia muy movilizante.
-Junto a Fabiana Cantilo, sos uno de los íconos femeninos del rock nacional, ¿pensaste en adaptarte al paso del tiempo y cambiar de estilo?
-No se me ocurriría, porque uno es lo que es. No me parece justo que te condicione la edad. Keith Richards sigue siendo él con los años que tiene, arrugado y decrépito, pero no se va a convertir en Plácido Domingo. Yo quiero ser como Estela Raval, me quiero morir cantando. Sé hacer otra cosa, pero nada me completa tanto. En ningún lugar soy tan feliz, yo soy audio.
-¿Tenés otras facetas creativas?
-Yo restauro muebles. Compro cosas viejas en Mercado Libre, las tapizo, las pinto, las recauchuto. A veces me las quedo para mí, otras las regalo. Pasa que la vista no me da tanto por la edad. Cocinar, cocino poco. Cociné mucho en mi vida y ya no me da ganas. Aparte, como sólo como verduras, dicen que cocino aburrido.
-¿Cómo es la vida junto a Oscar Mediavilla, tu socio y pareja?
-Este año se cumplen 40 años de estar juntos. Tuvimos épocas de rompernos la cabeza y no soportarnos más, un divorcio en el medio. Tuvimos épocas que nos dimos cuenta e hicimos el ego a un costado, que el otro siempre quiere lo mejor de uno. Aprendimos con el tiempo que no es fácil para ninguna pareja laburar juntos, ya es difícil convivir. A nosotros nos unía una pasión muy grande, sacar La Torre adelante, ¡tratar de tener un mango! Viviamos juntos y apenas nos alcanzaba para un plato de comida, nos íbamos a comer a la casa de los tíos. Éramos muy felices porque teníamos el objetivo de componer y sacar canciones nuevas. Empezamos a ser infelices cuando nos hicimos exitosos. Ahí empezó el ego, hasta que aprendimos a los golpes. Desde 1996 que vivimos separados, cada uno en su casa, tenemos negocios en común, una hija y un amor muy grande. ¡El es mi marido! Sólo en los papeles me divorcié. Bah, en realidad es mi novio, que no se tome tantas atribuciones.
-Tu hija Marta Mediavilla viene de ganar un Premio Hugo como mejor actriz por El hijo del fin del mundo. Me imagino tu orgullo, ¿no?
-Es una gran actriz. Estudia dramaturgia, escribe, fue coreuta mía hace como seis años y para el último Luna Park la invité a cantar. Medio que la tuve que amenazar porque no quería (risas). Es una excelentísima cantante. Lamentablemente no soy abuela todavía. Seré abuela más grande, pero me encantaría… Si hay algo que me arrepiento en la vida es no haber tenido más hijos. Pude haber tenido muchos, pero primero buscamos la vocación que nos llevaba adelante, que no teníamos casa ni nada. Cuando tuvimos a Marta se desató mi carrera como solista y ¡wow!, viajes por todos lados. Después se me pasó el tiempo. Lo único interesante en esta vida es la familia.
-¿Sos muy familiera?
-Hace 14 años que me llevé a vivir a mis padres conmigo, porque están viejitos. Papá tiene 86, con cuatro accidentes cerebros vasculares, pero la lleva bien el viejito. Mi mamá tiene 83 y está divina. Me doy el lujo de envejecer al lado de ellos. A los viejos hay que hacerles el aguante. Tengo dos hermanos bárbaros y muchos sobrinos.
-¿Cómo terminó la pelea de Oscar Mediavilla con Alejandro Lerner?
-Oscar le pasó todo lo legal a la provincia de San Luis. Lerner se portó muy mal con Oscar. Habían firmado contrato para producir un disco, Lerner lo ninguneó todo lo que pudo, se llevó un dinero y no entregó el material. No pasó nada más porque con la familia le dijimos a Oscar que largue el problema, porque sino se iba a enfermar. No íbamos a ser más pobres ni más ricos por eso, y no estamos en edad de hacernos tanto problema.
-¿Tenés deseos pendientes por cumplir?
-Siempre hay. Pasa que yo deseo agrandar el estudio, y de repente, por ejemplo, paso a tener uno diez veces más grandes. Yo decreto en la vida, y el universo te va dando. Tenía planes de tocar en Italia, hice unas notas con la RAI, y de repente me llama el papa Francisco cuando se enteró de los festejos por los 50 años de la misa criolla y quiere que vaya a cantar al Vaticano. El 10 de diciembre tengo el ensayo con el coro de la Capilla Sixtina. El 11 a las 11 de la mañana tengo la prueba de sonido y el viernes 12 a las 6 de la tarde, cuando Francisco dé la misa, yo voy a cantar. La realidad supera mis sueños. No sé cómo voy a hacer para que no se me haga un nudo en la garganta. Me parece que hay protocolo de vestimenta, pero no me importa, canto como sea. Me pongo nerviosa, ansiosa, esperanzada. Me genera un montón de cosas. Ahora tengo que pensar por qué me toca a mí y agradecer.