Darío Lencina debutó en la primera de Villa Dálmine y jugó dos partidos durante la temporada de 1999. Una lesión que lo dejó afuera de la práctica profesional fue el puente que lo unió al mundo del fútbol para ciegos. Pero no sólo cambió de reglas, de cancha y de compañeros, sino también de puesto, porque se recicló como arquero.
Después de saltar y abrazarse con todos, Lencina habló con Ciudad.com y dejó un tendal de sensaciones.
Energía de Murciélago
Estoy agradecido a las personas que me pusieron en este camino. Me levanto a las 5 de la mañana y voy a trabajar a Easy. Salgo a las 3:30 y a las 4 empiezo a entrenar, termino a las 6 y a las 7 entro a la Facultad. Si te preguntás cómo hacés, yo te digo que si jugás, compartís todo un día con ellos, sacás fuerzas de donde sea. Eso es lo esencial de esto: viendo a estos pibes como cómo se bancan los entrenamientos, cómo levantan pesas, tenés todas las herramientas para dormir 3 horas nada más. Vos estás cansado, los ves a ellos cagándose de risa y entonces te das vuelta, cerrás los ojos y seguís. Eso es lo que transmiten: esfuerzo y dedicación.
Una anécdota mundial
A mi vieja le dije estuve mal mami, porque una pelota que se fue al costado la tenía un brasileño y lo empujé. Yo les digo a mis compañeros que me siento un ciego más y estamos defendiendo a nuestro país. No sé si está bien o mal, pero a veces te olvidás que son personas con discapacidades diferentes... pero es Brasil. Después te arrepentís.
Esto es fútbol y desde que empecé a tener noción de dónde estaba, me di cuenta que son personas iguales a nosotros. Lástima no le tengo a ninguno. Ellos me hacen pensar eso todos los días. Me siento un ciego más y, por ejemplo, mi novia se enoja porque la voy a buscar y cuando bajo del auto, la agarro del brazo y me dice qué hacés estúpido. Pasa que me acostumbré tanto a estar con ellos que adoptás algunas cosas.