La chica, de dulces 18 añitos, tiene más apellido que swing, sin ánimo de caerle encima cuando recién está haciendo sus primeras incursiones en el mundillo golfístico. Pero la realidad es una: piensa abrirse las puertas a las a partir de lazo de sangre que la une con el tío Tiger, un tipo que _entre otras cosas_ es el número uno del mundo en la materia.
Todo sea por la familia , entonces. Impulsada por el "Woods en serio", Cheyenne se puso un objetivo entre ceja y ceja: ganarse la vida como profesional del palo y la pelotita. Al menos se dio un primer gusto, cuando la semana pasada, invitación mediante de los organizadores, participó del torneo en Wegmans (Nueva York), correspondiente a la LPGA. ¿Cómo le fue? Una anécdota, apenas: no pasó el corte clasificatorio, pero se llevó a su casa unas cuantas tarjetas de empresarios que la imaginan como "una buena vendedora" de sus productos. Todo cierra: Marketing más parentesco, igual a éxito.
En lo que sea, se sabe, odiosas son las comparaciones. Ahora, que las hay, las hay. Siempre. Y esta no es la excepción. Cheyenne, educada golfísticamente por su abuelo Earl Wood, el padre de Tiger, tiene para jugar y lo demostró varias veces entre las aficionadas. Claro que de ahí a que sea una campeona...
Se crió dándole palos en el garage de la casa paterna de Tiger, a quien tomó como un ejemplo. A los doce años cayó en manos de un astuto entrenador, Mike LaBauve. Más tarde llegó a la Universidad Wake Forest, en Carolina del Norte, donde acumuló 30 títulos entre las amateurs.
"No pensaba que podía llegar tan pronto a jugar entre los profesionales", se sincera la muchacha que luce un llamativo piercing en su nariz. "A veces pienso en la importancia de mi apellido. Luego, vuelvo a la tierra", admite.
Tiger define a la sobrina como "una jugadora prometedora (sic). Es mucho más relajada que yo". ¿Para tanto? Hum...