Sus creadores definen Caravan como una historia de amores imposibles, mujeres sensuales y gángsters sin escrúpulos que rondan las calles oscuras y los cabarets turbios del Manhattan de los años 40. Esa es la trama -escrita por Diego Romay, también productor-, pero el espectáculo es más una excusa para volver a algunos clásicos del jazz, adaptados para esta historia. Bussiness of love, Caravan, My Funny Valentine, For once in my Life son algunas de las canciones que tienen en este show su versión acorde a la trama.
El personaje de Bella, que interpreta Sandra Guida, está inspirado en las femmes fatales del Hollywood de los años dorados, donde el glamour reinaba gracias a figuras como las de Rita Hayworth en vestidos de sirenas. Frankie, a cargo de Rodolfo Valss, también tiene muchos de los rasgos típicos de los gángsters cinematográficos, escudados en impermeables y sombreros negros y rodeados por humo de cigarrillo, siempre al margen de la ley.
El ambiente gangsteril, muy logrado gracias a la escenografía de René Diviú y la iluminación estratégica de Jason Krantowitz, entre otros aspectos técnicos de gran producción, es un viaje en el tiempo a esas películas en blanco y negro donde lo femenino era sinónimo de seducción pura y lo masculino, de rudeza dosificada.
Pero en ese mundo de bajos fondos, alcohol y juego, también hay espacio para una historia romántica protagonizada por la mesera del club Caravan, Lucy, una Ivanna Rossi con grandes dotes para el género y Billy, recién llegado a la ciudad, a cargo de Nicolás Armengol, que despliega simpatía, encanto y talento, demostrando que, por lejos, es muchísimo más que el ex soñador de Pampita en "Bailando por un sueño".
Sandra Guida parece tener la voz ideal para darle la cadencia necesaria a algunos de estos standars de jazz, enfundada en satén y brillo, en ese rol de mujer de la vida más melancólica que fatal. Por su parte, Valss, con su Frankie inescrupuloso y evasivo del amor, a esta altura parece una figura imprescindible en cualquier espectáculo del género. Su voz resuena imponiendo presencia.
También Gustavo Monje, como el mendigo, y Rubén Roberts, como el detective, aportan oficio. Y la orquesta en vivo, con la dirección de Eduardo Zvetelman, resulta impecable.
Pero merece destacarse el trabajo de los 22 bailarines. De a dos, de a cuatro, en grupos o todos juntos simplemente brillan en las coreografías realizadas por Gustavo Wons. El trabajo de Wons, sumado al de Rodrigo Cristofaro en los números de taps, logran algunas de las mejores escenas del espectáculo. Y resultan un verdadero homenaje a los grandes musicales de Hollywood, esos de Fred Astaire y Cyd Charisse bailando en salones.
Romay tiene en mente este proyecto original desde 2007. Y reunió, además de los nombrados, a Omar Pacheco para la dirección general, Claudio Pirotta, en la adaptación de las canciones; Fernando Villanueva en la supervisión musical y Fabián Luca, en vestuario. Algunas dificultades con los micrófonos y el vuelo de un zapato del pie de una bailarina, en la función debut, quedarán como anécdotas graciosas para un Caravan que se luce por decadencia y glamour.