El Mono se colgó. Y lo bien que hizo podríamos decir, porque si no ¿para qué están los apodos? "La verdad me había olvidado de la nota", confesó cuando abrió la puerta de su nueva casa en Quilmes. Detrás de él, su hijo realizaba un avant premiere del carnaval y cargaba la pistola de agua de largo alcance. "Un personaje Rulo, eh", comentamos para romper el hielo. "Sí, terrible. Te debe haber vuelto loco", suelta Martín Fabio, mientras saca una botella de agua que luce bien fría y encara para el jardín. Rulo es el padre del bajista de la banda, Marcelo Spósito, y fue quien nos recibió a pura anécdota en la sala de ensayo, un rato antes de enfilar a lo del Mono. Pero volvamos al jardín.
El ataque comando del pequeño Fabio está en plena acción. Gatilla y nos moja. "Ahora empieza la colonia. Si puedo, lo dejo día y noche los dos meses", dice el Mono y le pone cara de seguís jodiendo y te dejo pupilo en la pileta del club. Confirmado: el agua no sólo lucía, sino que está bien fría. Confirmado dos: el Mono es igual arriba y abajo del escenario. Gesticula, se zambulle en la conversa si el tema lo atrapa, observa su casa "la que siempre quise tener y en mi barrio", asegura-, es muy buena onda el tipo dirían en el barrio. Cuando la charla llega a los recitales que Kapanga dará esta noche en el Teatro de Colegiales y el próximo viernes en el Teatro de Flores, su cara se transforma. Disfruta el encuentro con los kapangueros y vive las horas previas con ansiedad.
"Voy a regar", anuncia antes de que nos vayamos. "Me tomo como dos horas para hacerlo", cuenta sobre su terapia. Atravesamos la cocina y, otra vez, el francotirador acuático aparece en escena: "¿Todavía no aprendiste a cargarla solo?", pregunta el Mono. Antes que aprenda, nos vamos.