"Comienza tu nueva vida", le dice Onur. Y el beso llega con suavidad, cálido, como si fuera el primero de muchos. Como si ese fuera el único y no hubieran existido otros.
Es el momento cumbre para cualquiera. Un recuerdo de los primeros años de la pubertad, la recompensa por la conquista, por tantas horas de espera e ilusión. No es extraño, entonces, que en las telenovelas el momento del beso sea la llegada a la cumbre de un camino sinuoso que recién comienza. El televidente de Las mil y una noches tuvo en el último capítulo su premio.
La escena estuvo condimentada por los ítems clásicos que suele imponer el género. Hubo una cena romántica a orillas del río, un hombre apuesto sentado a la mesa (en este caso, Onur, el galán del culebrón), una chica tímida y bella (Sherezade, la heroína) y toda la tensión que antecede al momento ansiado (por ellos y por todos los espectadores, claro). ¿Más suspenso? Él le propone casamiento, con anillo incluido, y le pide que le repita su respuesta. “Sí”, le dice ella y a esta altura el romance toma nuevas alturas. Pero del beso, nada.
Todo está calculado. Es el día del cumpleaños de Sherezade y Onur planeó que el beso sea su primer regalo, apenas las agujas del reloj lleguen a las doce. Con Estambul de fondo y el río como testigo, él le anuncia que el momento llegó. “Comienza tu nueva vida”, le dice él. Y el beso llega con suavidad, cálido, como si fuera el primero de muchos. Como si ese fuera el único y no hubieran existido otros.
La potencia de las ficciones, un libro, una película o una telenovela, reside en que ofrecen refugios. Nos inspiran a creer: el bien siempre triunfa, los malvados tienen pena, las historias de amor tiene finales felices. Los televidentes de Las mil y una noches tuvieron su cuota cubierta: la palabra “romance” se escribe en turco.