Unos pocos días antes de la partida, el plan de felicidad imperante se va de las manos y no hay marcha atrás. No es algo que le ocurre a él, una falla suya, sino algo personal, nuestro, algo que siente uno mismo y es imposible controlar: el futuro autónomo. Ya está. Vuela. Es como si ya se hubiera ido. Parecía que ya se había ido. Yo lo veía venir, trotando a paso seguro, pero quedaba callado, ni siquiera lo pensaba detenidamente. Me daba cuenta de que me iba a dejar y me dejaba llevar. ¡Arre! Mejor dicho, simulaba dejarme llevar, zambullirme, hacer la plancha, pero apenas él se ausentaba del apartamento yo me ponía a copiarle sus CDs que más me gustaban. Discos de Bebel Gilberto, remixes incluidos, que sonaban a cada rato, día y noche, tratando de imaginar que estábamos en un pub veraniego o en cualquier otra ciudad, rodeados de gente resuelta, bien vestida, bien peinada, hablando risueñamente de viajes y millas acumuladas. Evasión. Jet lag constante. Simplemente percibir el treinta por ciento de la realidad, sustituyendo las palabras por gestos. Una acción equivalía a un diálogo y todos concluían con la palabra "no". Llega un momento en el que, por hache o por be, no hay más palabras, no hay más anécdotas, hay que copiarle todos sus CDs.