¿Hay algún límite a los deseos?
Mientras la mente saltarina, dolida y anhelante lleve las riendas, no puede haber paz y dicha. Siempre recuerdos que vuelven y miedos que se presentan. Siempre hay añoranzas nostálgicas y deseos probables; pero no ciertos.
¿Por qué no logramos detener ese péndulo en el único instante en que se puede modificar una vida reiterada, automática e insatisfactoria? Ese instante único, perfecto en la eternidad es ahora. Ya mismo. Sin más gastos de energía, tiempos mentales y lucubraciones, ilusorias, sobre lo que deberíamos o no hacer en la telenovela diaria para mejorar en nuestra vida. Este, amigos divinos, es el momento que siempre estuvimos esperando, aunque la mente se rebele para salir de la ignorancia.
Sólo se trata de eso: entender que hemos llevado una vida de ignorancia. Y que esa ignorancia se puede ir yendo ya mismo como arena entre los dedos. Cuando nos identificamos con el cuerpo que tenemos y con el rol que ocupamos en el mundo, lo que a su vez se divide en los distintos personajes que interpretamos a diario, y creemos absolutamente que esa es nuestra vida, y la vida de los otros, entramos en plena práctica de la ignorancia, y vivimos vida tras vida sin poder salir de ella, creyendo que nacemos y morimos, deseamos y logramos, acumulamos y perdemos, amamos y destruimos, y de eso se trató nuestro paso por el planeta.
Como creemos que esos roles son verdaderos, el padre, el hijo, el marido, la esposa, el hermano, el jefe, el empleado, el pobre, el rico, el amante, el solitario, el poderoso, el atractivo, el depresivo, el sano, el moribundo, el lindo y el feo, a su vez dependen para su existencia de la mirada del mundo, del gusto y la opinión de los otros, que a su vez sobreviven desesperadamente negociando su propia ilusión de que son reales, ¿cómo puede haber un instante de realidad entre marionetas a la deriva que no se dan cuenta de los hilos con que son manejadas y creen tener vida propia?
Si un padre para ser feliz depende de su hijo, de su esposa, de las relaciones con el resto de la familia, de lo que le deberían agradecerle, considerarle o retribuirle por sus esfuerzos, o de que remuneración debería tener por sus sacrificios, o de cómo el estado, el empleador, su equipo de fútbol favorito o el clima deberían responder periódicamente para ver si la ensalada de su vida está sabrosa, o incomible; eso nos demuestra la absoluta futilidad de esto que llamamos vida y que no deja de ser una negociación absurda, perdida de antemano, porque quién puede pretender paz o deleite resultante de su interacción con tantas otras mentes tan o más frágiles o engañadas como la suya.
¿De dónde viene esta ignorancia?
Los grandes seres espirituales a través de distintos ciclos planetarios nos llevan una y otra vez a que indaguemos esto: ¿quiénes somos realmente y quiénes hemos estado creyendo que eramos? ¿De dónde viene esta falsa creencia? ¿Esta falsa identificación con que soy mi ego, mi cuerpo, mi personalidad, mi rol, mis elecciones, mis moldes, mi pasado, mis miedos, mis deseos, mis opiniones, mis juicios, mis dogmas y mi forma continua de manipular y ser manipulado por el mundo? Proviene obviamente de que no solemos escuchar la verdad que nos hubiera hecho ser libres ya hace rato, desde el comienzo de alguna de las tantas encarnaciones que llevamos cargando.
La trampa fascinante del mundo, la forma impecable e implacable en que está jugando sus cartas, es la de impedir que los seres despierten, atrapándolos en una maraña de ofertas y demandas, de sometimientos y soledades, de exigencias, culpas y sistemas de castigo o recompensa, por supuesto, siempre inalcanzables; pero con continuas promesas de esperanzas, última trampa mortal de la mente para sacarnos del único instante, maravillosamente real, en el cual todo este sistema externo del mundo puede colapsar en un suspiro, en el mismo momento en que ustedes puedan vislumbrar su verdad y saber que siempre fueron libres, aunque no se les dijo; que todas las liberaciones que buscaron, ya eran su estado natural, y que no había que buscar ninguna felicidad afuera, porque la felicidad es lo que siempre somos.
Si tan sólo pudiéramos fundirnos en nuestra visión interna y experimentar que todo aquello que anhelamos es un pálido reflejo de lo que ya somos.