La primavera es la época del año donde las flores renacen, donde los pajaritos cantan y el clima permite que la ropa sea más osada y se muestre más piel. Pero al mismo tiempo, si de primavera se habla, un término salta rápidamente a la luz funcionando como un complemento necesario: los estudiantes. No por nada, el 21 de septiembre no sólo se celebra la llegada de los primeros calorcitos, sino que nuestros hombres del futuro, los estudiantes, tienen en esta fecha su homenaje.
Y en estos tiempos modernos, donde la tele tiene cada vez más espacio en nuestras vidas (admitámoslo, muchas veces compartimos más tiempo con nuestro televisor que con alguna tía que viva a más de 40 kilómetros), los estudiantes en su conjunto tienen donde descargar su adrenalina todas las semanas: "El último pasajero".
El programa que conduce Guido Kaczka por Telefe propone a los estudiantes que se organicen y formen una camaradería para derrotar a otros estudiantes en pruebas de destreza, agilidad y conocimiento. Todo motivado por el premio que más puede apreciar un conglomerado de adolescentes rebosante de hormonas: un viaje de egresados a Bariloche. Bajo un mismo objetivo, las tres decenas de púberes todos los domingos pueblan los estudios donde se graba "El último pasajero" y donde se arrancan los ojos con tal de llegar a la meca del libertinaje.
Esta fórmula se viene aplicando desde que la tele es tele. No hay nada de malo con la sana competencia. Pero a diferencia de otros ciclos que en años atrás fueron la embajada juvenil en la pantalla -con "Feliz domingo" a la cabeza- "El último pasajero" deja algo preocupante a tener en cuenta: el alto grado de virulencia y los pocos escrúpulos con el que los adolescentes se atacan entre sí.
Los índices de maldad con los que se tratan unos a otros queda en evidencia durante todo el programa, pero en un segmento en particular, se resalta como si estuviese subrayado por un marcador fosforescente. Alentados por la producción, una de las pruebas más importantes que deben superar los competidores es el del corte de pelo. La prenda, que consiste en elegir a una chica al azar para que quede desfigurada con un corte de pelo horrible, deja al descubierto las presiones y los códigos degradantes con el que los chicos se atacan. De uno u otro lado, los comentarios de presión y los excluyentes brotan domingo a domingo: los compañeros de la desdichada demandan su sacrificio; la presionan para que las tijeras le dejen un look más feo que el que usa Mónica Gutiérrez y su flequillo cortado con cuchillo tramontina. La belleza alentada desde las tapas de las revistas de moda y los cánones preestablecidos deben ser sacrificados para estar un paso más cerca de Bariloche. Pero los adolescentes del equipo contrario, al mismo tiempo, gritan, despotrican y presionan para que la muchacha sentada en el sillón de peluquero desista.
Las opciones que enfrenta la desafortunada son satisfacer a sus pares sacrificando su belleza o claudicar ante las presiones ajenas, cargadas con comentarios que denotan lo superficiales, discriminadores y poco compasivos que son nuestros chicos. Ante este panorama, a nadie le extraña que algunas de las niñas sometidas a las tijeras terminen llorando desconsoladas, a moco tendido, con la impotencia de no saber si su sacrificio valdrá o no la pena. ¿No estaremos, acaso, alentando actitudes erróneas en nuestros futuros adultos?