Llegó el final para un experimento: Proyecto Venus (después conocido como Proyecto V), esa comunidad artie-intelectual que a través de Internet intercambió bienes y servicios (culturales y domésticos), generó proyectos y hasta llegó a tener una moneda propia (el Venus), se terminó. Después de seis años de fiestas, conferencias, talleres, muestras y hasta una bienal, la Fundación Start que le dio vida, colgó en la misma web un comunicado, como las bandas de rock cuando se separan.
Sorpresa y decepción circulaba el viernes pasado entre algunos venusinos -los miembros, que sumaron más de 500-, los que todavía colgaban sus actividades en la agenda o participaban en los eventos: en el último Estudio Abierto, en la feria Periférica que está en marcha ahora mismo. Pero muchos otros ya se habían ido distanciando. "Hace como un año que no entro a la página", reconoció una venusina el mismo viernes de la noticia. Y cuando se comienzan a buscar explicaciones, parece que se veía venir el final de una experiencia que marcó una época y hasta una estética "de lo emergente", además de la vida de muchas personas.
"Los resultados no podrían haber sido más espléndidos", dice el balance en la web. ¿Las razones? "Proyecto V sobrevivió a todo. Menos a sí mismo". Una explicación: "algunos miembros empezaron a postear una pelea entre ellos con fotos porno y malas palabras que desvirtuaba todo: se había transformado en el peor de los blogs", reconoce Lara Correa, encargada de coordinar los ingresos y el mailing del proyecto. Después vino la intervención en una comunidad que nunca había tenido más reglas que las de convivencia, sentido común y autogestión: se "bannearon" a tres miembros, hubo alertas de censura de parte de una de sus miembros y la persiana se cerró.
Aunque desde el principio fueron acusados de sectarios y hedonistas, la comunidad creció a través de tiempo, en miembros, en visitas a la web y hasta cierto momento en eventos organizados. Roberto Jacoby, el ideólogo que en 2002 ganó la beca Guggenheim que impulsó muchas actividades, prefirió quedarse al margen: "Siempre traté de no hablar en nombre del proyecto así que ahora tampoco lo haré...", respondió vía e-mail. Sin embargo, muy lejos parece estar de la decepción con este tipo de emprendimientos que él llamó "tecnologías de la amistad" (donde el capital en las redes sociales son "las personas, su cerebro, sus manos, su cuerpo y sus relaciones"). Porque ayer mismo dictó para los expositores de Periférica. Arte de Base un workshop sobre cómo generar espacios: "O cómo hacer y comer juntos".
Para ingresar a Venus había que conocer a alguien que ya formaba parte y tener algún bien o servicio para intercambiar. Una foto bien artie hecha para la ocasión, un formulario y una biografía completaban el trámite. Ahí venía la entrega de unos billetes de denominación Venus (muy similar al valor del peso) que circulaban en todo o en parte para el intercambio: un trueque snob, dijeron algunos.
La cuestión es que una vez dentro las posibilidades de conocer gente se multiplicaban y grandes cosas hicieron muchos venusinos en equipo: desde cursos de música de vanguardia (cuando los Breaks, el Dub y el Drum&Bass no eran una moda), un debate sobre arte político justo en medio de la crisis que hizo proliferar a los colectivos artísticos de esta tendencia, pasando por una bienal propia en Tandil a la que invitaron a todo el que quisiera, la primera presentación de los VJs en el país, el canal de televisión Tvenus, un proyecto de manual profiláctico para orgías, hasta una banda de chicas que debutó y se despidió el mismo día, en Cemento.
Como le sucedió a Florencia de la Vega, devenida en Flor de la V. por reclamos judiciales, cuando el Proyecto Venus pasó de las páginas de cultura a las de policiales por el caso Cromañón (acá una versión sobre el tema, intrincado), la señal de cable porno creyó suyo el nombre de la divinidad del amor y los venusimos tuvieron que cambiar de nombre. Votaron y eligieron llamarse v-sinos. Se hicieron amigos, gestaron sus carreras en el ámbito de las artes visuales y ProyectoV fue sin dudas para muchos un oasis en medio de la crisis post 2001 que ya se está desvaneciendo. Quizás por eso algunos miembros, que ya se estabilizaron y tienen galería, ganan becas y venden su obra no necesitan de tutores. O las bandas que juntaban entre los venusinos el público para sus primeros shows en esta época sólo requerían de Venus para publicar sus fechas.
La idea inicial, entonces, iba quedando de lado: la de conocer gente, hacerse amigos y trabajar juntos en función de una hipótesis que pone a las personas y su creatividad como el pilar del desarrollo artístico. Un experimento que llegó a su fin. Seguramente tendrán conclusiones, opiniones diversas, pero la mayoría de los que ahí estuvieron no pueden evitar cierta nostalgia que busca transformarse, cambiar de forma para seguir en acción. Porque pertenecer sigue teniendo sus privilegios. Aunque ahora habrá que buscar dónde.