De pronto, como sin esperarlo, como salido de escondite materializado de la tele, giré la cabeza para la izquierda y lo vi ahí parado. El de la pantalla pero en persona. Carne y hueso. Uy Tinelli. Dije. Uy, uy, uy, es Tinelli en serio. Dije otra vez. Mirá a Tinelli. Volví a decir. Y me quedé callada. Entonces, como soy mujer y periodista no pude más que mirar todo. En realidad, no pude más que mirarlo todo. Quiero decir. De arriba para abajo, de abajo para arriba, por el medio por el costadito. Le saqué una radiografía al tipo en tres minutos. Total, estaba trabajando.
Algo tiene. No me digan que no. Ahí había un cambio. Algo le hicieron al hombre. Este tipo no es el de hace unos años. Alto, flaco, quemadísimo, el mejor corte de pelo en años, casi sin arrugas, un tipo de cincuenta con onda. Un despelote. O sea, para que me entiendan, mujeres: vi lo que vemos a la noche en el televisor pero mejorado por el "en persona". Y no me llevé un chasco. Más allá del rating, más allá de que sea "la" estrella en estos tiempos y bla bla bla bla bla bla bla, noté que el Tinelli-hombre está más bueno que antes o quizás más bueno que nunca, o tal vez más bueno que siempre. No sé, pero varias que antes no, ahora le daríamos... un abrazo.
La cuestión es que el "Marcelo vení que te parto al medio" fue uno de los comentarios de la noche. Pero qué bien que está Marcelo. Pero qué fue lo que le pasó a Marcelo. Pero qué comió Marcelo para estar así. Y dale. Estábamos todas preocupadas por su estado (físico no espiritual) y siguiendo el olorcito que dejó en el pasillo cuando se fue como ratitas de Hamelin. Olor a perfume caro. Ningún Colvert Noir de mala muerte.
Porque más allá de que fue una jornada de lujo en térninos solidarios, anoche, durante toda velada de "Un Sol para los Chicos", el evento de El Trece que anoche recaudó más de 8 palos para Unicef, se habló (casi) exclusivamente de él. De cuándo llega él, de cómo es él en realidad, de qué hará él cuando aparezca en el piso. Y "él" en este caso particular, Marcelo Tinelli, que por primera vez pisaba "Un Sol...", llegó a las 20.44, saludando a todos con una sonrisa de oreja a oreja, vigiló minuto a minuto a sus hijos más chicos, jugó con Suar al fútbol-tenis, cantó con Axel, con Montaner y se fue. Y se fue contento.
"Mirá qué amor, mirá cómo le da besitos a todos, mirá qué simpático que es, mirá cómo se saca fotos", me dijeron, obligándome a que lo escriba, los colados que andaban por el pasillo. Y yo, todavía sorprendida por ese "no-sé-qué-que-se-ve-que-tiene", lo seguí mirando. Analizando cuidadosamente. Analizando porque soy periodista, claro. Caí en la trampa de Tinelli. Tan viva que me creía. ¡Yo también lo seguí mirando! Como muchos, todas las noches, tampoco podía sacarle los ojos de encima y también salí de ahí... sin que me dirija la palabra, pero entendiendo mejor el secreto.