A Santiago le gustaría hacer un curso de conversación durante el sexo. Lo dice en broma, pero no tanto. Acaba de encontrar lo que considera un hallazgo en la cama: una chica que le susurra cositas al oído y, con eso solamente, lo pone a cien. "Me encanta. Y me siento un poco tonto al no saber retribuirle discursivamente más que con monosílabos", me explicó.
Opino que los conversadores sexuales no son mayoría. Hay ciertas dificultades a las que se enfrenta cualquier mortal a la hora de ponerse a hablar en la cama, primero el pudor, y segundo las sensaciones que nos dejan mudos. A veces parece que no se puede hablar sin dejar de sentir, que no se puede sentir y hablar al mismo tiempo. Pero ahí están esos encantadores seres que no pueden dejar de sentir sin hablar.
Ojo, están los que y, sobre todo, "las" que no pueden despegarse de la parrafada romántica y sólo admiten y repiten frases bonitas y cariñosas. Una cosita muy tierna, que seguramente acompaña la intensidad de los sentimientos de amor pero no tanto el estímulo sexual.
También están, y en este caso es sobre todo "los" que necesitan confirmar y reconfirmar que son unos capos en la cama. En ellos son característicos los ¿te gusta? ¿te gusta así? ¿te gusto? ¿te gusta miiii...? En fin, una cantinela cansadora a todas luces y que no le aporta sabor al encuentro.
No podemos olvidar a los pornodialécticos que sólo admiten en su repertorio palabras soeces en exclusividad. El que cree que cuanto más chancho mejor. En lo personal, lo asocio a una actitud un poco infantil. Como los chicos cuando se ríen ante la sola mención, por ejemplo, de la palabra teta. Claro que en su justa medida, una cochinada vale más que cien palabras de amor. Sobre todo porque sugiere que el que la dice está a full y eso es muy estimulante.
Lo que sí creo que hay que considerar tremendamente erótico es la conversación que durante el sexo transporta y aterriza en el mismísimo terreno de las fantasías. Como le pasó a Santiago con su nueva amante.
Los habladores de ley usan palabras bonitas y puercas como arsenal para atacar al consabido órgano sexual por excelencia: el cerebro. Logran que el contacto físico se combine con las infinitas posibilidades del ratoneo. Entonces, como por arte de magia, estamos teniendo sexo en cualquier escenario o situación, estamos los dos solos o hay alguien más o volvemos a aquel día en el que nos desnudamos juntos por primera vez y fue, uh, alucinante.
Palabras, señores. Se las recomiendo.