Mucho antes de pulular por varios culebrones de las pantallas latinoamericanas, Marisol Romero debió luchar contra los molinos de viento de su país, Ecuador: a la escasa producción de ficción local de los noventa, se sumaba, jura, la mirada despectiva de una sociedad en la que "ser actor era denigrante". Hoy, después de haber adoptado a Arnaldo André como "referente masculino" de esa adolescencia en la que las telenovelas argentinas hacían furor en Quito, se ríe de la paradoja de encarnar a la amante trotamundos de André en Valientes (El Trece).
Presentadora en la TV ecuatoriana, no pensaba en la actuación quince años atrás, cuando fue invitada por una productora para encarnar a su compatriota Lorena Bobbit, "famosa por cercenar el miembro de su esposo". Semejante papel le hizo brotar la actriz de adentro y, desde allí, no paró: "Pasé tres días en la cárcel para componer al personaje, fui nominada entre las tres mejores actrices en un festival de allá y descubrí que la actriz estaba. Pasa que allá la actuación está limitada y, encima, en mi casa era un infierno el tema de la exposición, así que traté de ir a pulir mi talento un año a Nueva York", explica.
Tras su regreso, la esperaban Mujeres asesinas, la versión colombiana, y Amas de casa desesperadas, la versión para Latinoamérica que se grabó en la Argentina, y donde emuló a Eva Longoria como Gabriela Solís. "En mi país no hay una Norma Aleandro o una Cecilia Roth, así que soy de las pioneras que decidió salir al mundo. A la gente de cierto nivel le avergüenza decir que es actriz".
Mujer de mundo, como define a su personaje (Mayu, una comehombres que ya cayó también en brazos de Segundo/Mariano Martínez), Romero se esfuerza por no adelantar el desenlace de su criatura, una vez que Laureano (André) descubra su amorío con uno de los integrantes del trío enemigo. "No es mala esta mujer, sino muy libre, de mente abierta e inconsciente, le gusta divertirse, pero no repara en cuánto puede dañar a otros", advierte.
Instalada en el país y en pareja con un cantante lírico argentino, no puede resistir el prolongado agradecimiento a Adrián Suar, "quien me dio un empujoncito para trabajar en la Nueva York latinoamericana", exagera simpática la muchacha nativa del "país chiquitito pero con de todo y una primavera constante".
De la tierra de Oswaldo Guayasamín, embajador de Ecuador en el arte, cuyas pinturas recorrieron el globo, Romero sueña con que su apellido también se vuelva ícono. "Me muevo donde está el trabajo. La nuestra es una sociedad conservadora y aquí se respeta lo que cada uno elige. En la Argentina se pueden abrir las alas", analiza con suspiro incluido. "Creo que aquí me quedo".