Prólogo
Liverpool , 9 de abril de 1967
«Lo siento, amigos, aquí no os podemos servir. Son normas de la casa, ya sabéis.»
Estas palabras salieron, detrás de la barra, de los labios de un lobo de mar de aspecto malhumorado, al que le temblaban las manos mientras hablaba. Tras lanzar la advertencia, se giró y fue a servir una pinta a otro cliente. El vistazo inicial había sido tan rápido sólo la ojeada de costumbre que los dos hombres que habían entrado en el bar no tenían la más mínima idea del por qué no se les permitía tomar una copa. La situación era extraña, porque se trataba del típico pub inglés prototípico que servía a todo el mundo: niños, hombres demasiado borrachos para tenerse en pie, o reclusos fugados con grilletes, sólo que tendieran con la mano un billete de una libra.
Uno de los hombres a los que se negó servir era Noel Redding, de veintiún años, bajista de la Jimi Hendrix Experience. Noel era natural de Folkestone, una ciudad del sureste de Inglaterra, y llevaba una vida entera en los pubs y entre taberneros irritables. Jamás se habían negado a servirle una copa, salvo cuando era hora de cierre. Pero éste no era el caso y Redding no podía ni imaginar qué le pasaba al camarero para responder de aquella manera.«Incluso llegué a pensar recordaba Noel años después que ese tipo detestaba nuestro sencillo "Hey Joe ".»
Tanto Noel como su compañero, Jimi Hendrix, llevaban fulares morados en el cuello, y lucían unas enormes aureolas translúcidas de pelo rizadísimo. Noel vestía unos relucientes pantalones de campana de color violeta, mientras que los ajustados pantalones de Jimi eran de terciopelo rojo. Además Jimi llevaba una camisa pirata con chorreras ahuecadas en el pecho y encima de la chaqueta una capa negra. Los únicos que vestían así eran los actores teatrales del siglo XVIII o las estrellas del rock. Con todo, tanto Noel como Jimi habían entrado en centenares de pubs diferentes con un aspecto aun más raro y jamás se habían negado a servirles. En Londres, normalmente era al contrario: tras reconocerlos se les trataba como a la realeza, como merecedores de adoración.