Llegando por la ruta nacional 226 las banquinas estaban tomadas por cientos de parrillitas improvisadas. El humo se sumaba a la neblina para alimentar el clima de misterio ricotero. La tribu sabía de la ceremonia por el "boca a boca", mails y juntas sociales, sin ninguna noticia en la radio y viajó en más de 280 micros adicionales, autos, combis, camiones y camionetas hasta el hipódromo de Villa Aguirre, el primer circo de carreras de Sudamérica.
"¡Ah... Son unos cuantos!", dijo el Indio mirando el horizonte de cabecitas a través de sus antejos negros, cuando pasadas las 21.30 subió al escenario para celebrar la fiesta. Y... ¡sí¡ Indio, como 50 mil fieles con sus banderas rojas, negras, de lienzo blanco brillando por el rocanrol del país. Los "trapos" estaban firmados por todas las provincias, hasta de Chile y Uruguay, con distintos lemas de un mismo culto, tradición que lleva más de 26 años de historias y de nombres. Para una ciudad de 200 mil habitantes no fue tarea sencilla albergar 50 mil recuerdos en una noche.
La gente de El Chacal producciones coordinó la organización del evento y el operativo de seguridad, con mas de 200 uniformados, unos 600 guías de chalecos amarillos, más enfermeros, ambulancias y bomberos. Un "único acceso al show" de seis cuadras de largo, con cacheos y el clásico "la entrada en la mano" permitía no amontonar a las 25 mil personas que entraron en sólo una hora, de las ocho a las nueve de la noche.
"No se registraron incidentes porque nosotros (sus chalecos amarillos) guiamos la entrada al recital, mientras la policía nos cubría la espalda", dijo uno de los organizadores. Es que la susceptibilidad de la tribu frente al trato con uniformados siempre había suscitado escaramuzas, malos entendidos y finales realmente indeseables. En un ambiente de fiesta, el Indio exclamó a su tribu: "Seamos buenos con Tandil, que ha sido muy hospitalaria con nosotros". Y ya como en Jesús María, en Tandil se ratificó que el ritual puede celebrarse en paz y con grandes réditos para la comunidad albergante.
Se ocuparon todas las plazas hoteleras, algunos bares y locales de comida debieron cerrar al agotarse su stock de bebidas y alimentos. En un estante sólo quedaban tres hormitas de queso, una miseria comparando con la infinita variedad de chasinados que suele haber en la zona. "Con el Indio, estamos haciendo la ruta del salamín, ya fuimos a Córdoba, ahora acá y falta San Luís", reflejó un joven ricotero.
En el hipódromo, el infierno estuvo encantador. Salimos con tres temas del "pollito nuevo", para seguir con "una que sepamos todos". Carnaval de emociones, el campo se pone embriagador, el humo del calor humano se mezcla con la neblina y son como llamas de humedad. El indio las alienta, Los Fundamentalistas le dan aire, el fuego de coros continúa con "Porco Rex". Así, pidiendo los bises, para terminar con las gargantas a pleno y "todo el año es carnaval". Después de ciento cincuenta minutos, el pogo mas grande del Mundo. Jijiji. Y, con el último acorde, saludó, dejó el auricular y se perdió en la noche escoltado por la privacidad que ofrece un auto polarizado. "El que abandona ahora no tiene premio, nos vemos el 27 de septiembre en San Luis", invitó El Indio.
Ya todo terminó, se levantan las carpas, la neblina ocupa las cimas de los cerros y Tandil retoma a sus días habituales. Compro el periódico local en el kiosco de la terminal y el diariero me dice: "¡Ah! El Indio, ese casi hace tumbar a la piedra movediza".