La actuación de Dern, según los críticos, es tan superlativa que en sí da unidad a Imperio. Primero, porque la filmación, siempre improvisada, se hizo en idas y vueltas a lo largo de más de dos años; segundo, porque sobre la espalda de la(s) protagonista(s) cae el peso de la película que cuenta la filmación de otra película. "Tengo un fuerte vínculo con David", dijo. "No sólo lo respeto. Comencé a trabajar con él cuando tenía diecisiete años (en Terciopelo Azul). Ha sido un regalo tener a este increíble maestro". Lynch no se cansó de elogiarla: "Es la mejor actuación en cine del 2006", gritaba a los que pasaban frente a su promoción en vivo de la película, que realizó flanqueado por un afiche y una vaca, sentado en Hollywood Boulevard.
Los 179 minutos, no menos surrealistas que esa propaganda, del último trabajo de Lynch constituyen una afirmación de lo que ya hace treinta años se vio en Eraserhead: una narrativa poco convencional que apela a la comprensión emocional; un nivel de abstracción que disloca y que no espera agradar sino asociar y jugar con el enigma; un conjunto de obsesiones entre las que se destacan la violencia contra las mujeres, la degradación humana y la fragilidad del ser, la crueldad de la industria del cine de Hollywood. Rastros de esas características se pueden observar antes (Eraserhead, 1976) y después (Corazón salvaje, 1996) en la obra de Lynch. Pero la condensación de esos rasgos hace pensar que no todos los públicos quedarán contentos con Imperio, si eso fuera posible con cualquier obra. Del mismo modo que el ajedrez, los juegos en red o el fútbol no son para todo el mundo, Lynch carece de efectos secundarios en personas que encuentren una módica felicidad en los rompecabezas o en esos borrosos minutos de transición entre el sueño y la vigilia.