Diez años atrás, mucho antes de tener nombre, los Madreselva solían juntarse por las noches (y por amor al arte) a hacer covers de Astor Piazzolla, de Pink Floyd y de Luis Alberto Spinetta. Tiempo después, ya bautizados- en homenaje al tango de Francisco Canaro y al rock del Flaco Spinetta-, editaron sus primeros demos caseros. Ahí, aclara el cantante Damián Casaubon, empezó la verdadera historia madreselvática. De los prehistóricos, sólo queda él para contarla, que paralelo a su vida como músico, se dedica a la docencia primaria porque "Madre (todavía) no es rentable. No da guita para vivir".
"El rock es muy fenicio. La pegás y te llenás de plata o te morís de hambre. No es como los músicos de jazz que tocan una noche, y viven de la música. Lo importante es que entre el todo y la nada uno hace lo que quiere. No vamos a hacer un hit popero, vamos a seguir haciendo lo que se nos canta. Si va, va y si no bien. Somos felices haciendo lo que nos gusta", cuenta la voz de la banda que tiene tres discos.
El primero fue Magariños, le siguió El Baile de las moscas, su primer EP, que incluyó cuatro tracks (3.500 copias fueron distribuidas gratuitamente por los mismos músicos). Y finalmente, después de una década de estar encima de los escenarios, Juego de Espejos, del que participaron el trompetista de Dancing Mood, Hugo Lobo, y Chango Farias Gomez, el percusionista del Los Piojos.
La banda tocó en fábricas recuperadas, asambleas, piquetes y realizó toda clase de shows vinculados a cuestiones sociales. "Tuvimos la suerte de que nos llamaran, pudimos poner el cuerpo en lo que considerábamos era una causa justa, aunque no somos una banda que desde la lírica esté absolutamente comprometida políticamente. No somos una banda de denuncia", dice Casaubon.
¿Cómo los conocieron a Los Piojos?
De varios lugares. Somos amigos. Tampoco es que nos reciben en su casa, pero hay pequeñas relaciones. Tavo (Gustavo Kupinski, guitarrista) era familiar, porque salía con una amiga. Changuito toca cada dos por tres con nosotros. Royer (Sebastián Cardero, baterista) le prestó la bata a Nano. Tuvimos esa suerte, porque más allá del título que portan son gente muy copada que colaboró mucho con nuestro proyecto.
¿Cómo fue la producción del disco?
Fue un laburo de un año y medio y tiene un laburo de producción artística groso. A veces nos preguntan: ¿che, quién les produjo el disco? Nos hace sentir muy orgullosos. Tiene varios ritmos, hay tango, candombe, samba, chacarera y mucho rock. La idea de Madre siempre fue de mezclar distintos sonidos, influencias para plasmarlas al rock. Las letras forman parte de vivencias. Desde lo musical como de lo lírico no nos atamos a nada. Vamos plasmando lo que va pasando. Tenemos temas de una oscuridad increíble y otros de amor. No hay nada a propósito. Es todo más visceral.
¿Por qué el nombre?
Es un juego de espejos. Los espejos tienen eso que te dejan ver cosas de vos mismo que no se podría ver de otra manera, con lo engañoso que pueden ser por lo que pueden distorsionar, formar o deformar, por ahí es difuso pero es así, es un juego de espejos.