MIRANDO A LAS MUCHACHAS. Mexicanos piroperos, en el video de IMS.
Camilo Lara, el hombre por detrás del Instituo Mexicano del Sonido, declara que no es un músico. "No me asumo como tal", dice. Toca la guitarra y el piano, y mezcló más de 300 samples (¡!) en "Méjico Máxico", el disco collage mashupero que se acaba de editar en nuestro país... pero aún así no se siente miembro del sindicato sonoro. "Mi acercamiento a la música es diferente al de cualquier otro músico porque mi trabajo siempre fue de disquero, de estar buscando grupos y firmarlos".
Es que, en realidad, Lara es un alto ejecutivo de la filial mexicana del sello EMI... el mismo que hizo que Babasónicos, Los Látigos y Victoria Mil hayan sido editados allá (dicho de sea de paso, su amor por la cultura argentina no termina ahí: también se declara fan de la Mona Jiménez -"todo un rockstar, el Joey Ramone argentino"- y de Los Gatos -"un grupo muy importante para el pop latinoamericano"-). Hombre de negocios, aclara: "El nombre de IMS es un chiste, una burla a mi formación burócrata y de oficina. Me paso de 9 a 8 de la noche ahí. He estado siempre de este lado, pero empecé a hacer música por divertirme y hacerle remixes a amigos... pero después se convirtió en algo más grande y una disquera en España se interesó en publicar el disco".
Luego de 300 samples... ¿cuál es el sonido final del Instituto?
Quería hacer un disco que tuviera muchas referencias al México que yo conozco, que es el clasemediero y que no tiene nada que ver con el México violento de estas nuevas películas al estilo Amores Perros. Fuera de que te asalten un par de veces, no existe esa historia acá. Más bien el mío es un México de clase media en el que oyes mucha música de diferentes lugares: cumbia, tecno, clásica. Es la esencia de la clase media mexicana. Lo otro es cliché.
¿Cuánto tiempo te llevó armar el disco?
Unos cinco años, pero de una manera muy primitiva. Como no tenía idea del tema de la computadora, le compré una Mac G3 de segunda mano a uno de los Plastilina Mosh, con un Pro Tools muy viejo, la versión gratis del 90, y con eso empecé a hacer música poquito a poquito. Cuando finalmente llevé el disco a masterizar, en el último paso, ¡me di cuenta de que era mono!
Hay una canción que se llama "Juan Rulfo". ¿Qué la motivó?
Mi otra gran pasión es la literatura. De hecho, estoy escribiendo una novela y espero publicarla este año. Se llama "E-mails a mí mismo" y es de un personaje que, a su vez, está escribiendo una novela. Siempre tuve esta obsesión de escribir, me gustan muchos escritores y Rulfo para mí es un gran escritor mexicano, aunque no tuvo tanto impacto y murió muy joven. Es como un Salinger. Y su par de libros son brillantes, "El llano en llamas" y "Pedro Páramo".
¿Qué música estás escuchando ahora?
Muchas cosas viejas, me da por épocas. El año pasando estuve descubriendo el country, aunque ahorita estoy con muchos discos que están por salir, como el nuevo de Air y el de LCD Soundsystem. También hay cosas locales que me gustan mucho, como Porter, de Guadalajara. Hay dos grupos argentinos que me gustan mucho, Cursi Melancólico y Juani, ambos del sello Feliz Año Nuevo.
El disco tiene link a Nortec y a Sr. Coconut...
Con Nortec tenemos en común la mexicaneidad. Coincidimos en muchos clichés de raíces, aunque ellos tienen una historia más electrónica y vienen de Tijuana, de la frontera, donde se enaltecen mucho las nacionalidades por estar cerca de los gringos. Sr. Coconut siempre me ha gustado y lo conozco mucho, él suena mucho a Pérez Prado y a Esquivel, que es una de mis mayores influencias. Tuve la suerte de conocerlo y de ser amigo de él en los últimos siete años de su vida. Lo iba a visitar seguido, era el más viejo de mis amigos.
¿Qué aprendiste de él?
Era un visionario. Tenía una manera de hacer música nada convencional, utilizaba elementos muy extraños. Él fue el primero en tratar de hacer música stereo con dos orquestas tocando a la vez. Era el mexicano más notable, con menos reconocimiento aquí en el país. Hizo la música de todas las series de la vieja televisión americana. Conoció a Frank Sinatra, a Quentin Tarantino y a Matt Groening. Hizo lo que después estarían haciendo Beck y Stereolab. En sus últimos años, le ayudé a escribir las partituras, porque se había roto la cadera. Dejó dos obras sin terminar.