"Monstruos, duendes y platos voladores" se llama el ciclo de cine fantástico y de ciencia ficción que Elvio Gandolfo programó para pasar el verano. De La Mosca a Beetlejuice y de Metrópolis a Frankestein.
"Creer en lo fantástico es creer en el cine", dice El vio Gandolfo, poeta, escritor y periodista que encuentra en esta pasión suya una de las mejores maneras de pasar el verano en Buenos Aires. Y aceptó la invitación de malba.cine para programar un ciclo de cine fantástico y de ciencia ficción que llamó Monsturos, duendes y platos voladores, que se exhibe durante todo el mes en el auditorio del museo. Cincuenta películas, la mayoría en copias nuevas, que recorren toda la historia del género: desde los grandes clásicos hasta las menos célebres, pasando por una lista de las que están en los bordes por su carácter innovador.
Dice Gandolfo en el catálogo: "Las calles de enero en Buenos Aires son sufrimiento, pero también placer. (...) Cuando el mes termina viene el cortísimo febrero, y allá en el horizonte se perfila la sombra monumental, pero todavía pequeña a la distancia, de marzo: el trabajo, la responsabilidad, las clases...". A no perderse su selección, de la que elegimos algunas de sus reseñas, escritas con la precisión del oficio y con pasión:
LA MOSCA (The Fly, EUA, 1986)
Como el original de 1958, es una variación de la Bella y la Bestia. Ahora interviene la genética: hay órganos que cambian de a poco, y un asco progresivo que pone a prueba el amor sin límites de Geena Davis. Aparte de la veteranía de Cronenberg en el uso de los cuerpos para provocar horror y extrañeza, es memorable la actuación de Jeff Goldblum, con algo de insecto ya cuando camina con su cuerpo normal. Después va soportando la sobrecarga de maquillaje y efectos especiales sin rebajar el nivel de emoción y terror. Los tramos finales son a la vez patéticos y escalofriantes.
METROPOLIS (Alemania, 1926)
Es tan influyente, a su manera, como El acorazado Potemkin y tiene un tono "camp" casi delirante en su visión de las relaciones entre patrones y obreros, o en la bondad sin límites de una mujer, como solo una mente alemana puede imaginarla. El peso estético y la creatividad está en los decorados, en la visión global del futuro, y en el montaje rítmico con que el agua invade salones subterráneos enormes. Esa suma de aciertos geniales fue lo que marcó a la ciencia ficción en películas futuras, de modo directo o indirecto (como a través de Blade Runner). El ritmo pide música a gritos. En esta proyección la acompañará en vivo la National Film Chamber Orchestra, que coordina Fernando Kabusacki.
SOLARIS (Solyaris, URSS, 1972)
Algún adepto a la comparación fácil habló de "la respuesta soviética a 2001". Otros, en cambio, dicen que es "una película que te cambia la vida". Algo que suena exagerado hasta que llega la toma final. Basada en una gran novela del polaco Stanislas Lem, es una de las obras maestras del otro gran cineasta ruso de todos los tiempos (cronológicamente primero es Eisenstein). De manera enloquecedora, el poder de su país le costeó a Tarkoski películas caras y arriesgadas y lo sometió después a presiones crueles, destructivas (como a Eisenstein). El planeta en forma de océano del título es demoledor sin saberlo: se limita a corporizar los deseos de quienes lo visitan, y los enloquece. El montaje, las actuaciones y la energía de las emociones son simplemente inexplicables en palabras: por una vez, para eso está el cine.
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