Hagan la prueba. Véndense los ojos. Entren a una cancha. Intenten que la memoria se disfrace de GPS y los ubique. Busquen la forma de correr despegándose del miedo a chocar con los rivales, a tropezar con las vallas que surcan los laterales. Pidan por el paradero de ella, la pelota. Les dirán que para encontrarla deberán seguir las instrucciones que dicta un rejunte de cascabeles. Si aquella música sigue sin llevarlos a destino préstenle atención a la voz del arquero y a ese guía, que tiene su bunker detrás de uno de los arcos. Ellos, los ayudarán a descubrir el gol y a evitar que les conviertan. Que sus pies descarguen fantasías, que para rústica ya está la vida. Tiren tacos, caños, griten un gol. Imagínenlo, imaginémoslo.
Es la medida que tenemos para entender como esos diez gladiadores a los que llaman "Murciélagos" pueden jugar un juego que tal vez nunca vieron. Es la manera de comprender como un tipo, Silvio Velo, al que señalan como el Maradona de la disciplina tira un caño, o desorienta dos brasileños con un quiebre de cintura, cuando la única referencia que tiene de eso gestos técnicos, se la contaron. ¿Cómo hacen para encontrar y abrazarse al héroe de la victoria cuando su festejo es una dedicatoria al cielo? ¿Las rodillas de Velo tienen cascabeles también? Qué va, hay que tener papel protagónico en esta historia para poder contestar, ¿no, Oscar? "Al fútbol hay que sentirlo, no hace falta verlo", asegura Oscar Moreno, el "Muro" de la Selección Argentina de Fútbol 5 para Ciegos que el jueves, en el Cenard, se consagró bicampeón mundial.
Transpira emoción, Moreno. Su alrededor es una pasarela por la que desfilan conocidos y anónimos. A los primeros, los reconoce con sólo tomarles el brazo. Los otros debemos presentarnos. Agradece la felicitación. Está exultante. Su hijita, le pide brazos con la misma insistencia con la que un rato antes le exigía caramelos a su mamá. " Cuando sonó el silbato dijimos la copa es nuestra. Es muy groso, sobre todo sabiendo lo que nos decían los arqueros, que son los que ven: muchachos esto está lleno de gente, es una fiesta, está toda la gente que nos quiere y tenemos que ganar. Eso fue lo que nos llevó a este triunfo", cuenta las primeras sensaciones con el 1 a 0 indeleble en la historia. Respira hondo. Tranquilos, nada tiene que ver con el agite que le dejó la persecución sobre la habilidad del crack Ricardo (¿de verdad era ciego?). Eso, ahora, es parte del archivo. "Me hubiera encantado que hubiese visto un poquito, un segundo, toda esa gente", dice Eladia López, su esposa. "Ese apoyo se siente, es algo impresionante", la tranquiliza él.
El nudo en la garganta parece que hará tambalear el "Muro" que desde 1996 tiene esta Selección, pero no. Su momento pide un repaso por las estaciones del sacrificio. "Vivo en González Catán. Lunes, martes, jueves y viernes por la tarde me venía para entrenar y de acá me iba a trabajar, porque laburo en la Lotería Solidaria también recibe la beca de $1500 que les otorga la Secretaría de Deportes de la Nación-. Trabajo en la calle, en el Policlínico Bancario. Este mes me pedí una licencia deportiva para llegar bien físicamente al mundial. La gente, en el día a día, es espectacular, me alienta cada vez que me ve y eso es por la difusión que tomó todo esto. Además, cuando no podía venir al Cenard, practicaba con un personal trainer que se hizo un mini gimnasio en su casa para poder trabajar conmigo", explica.
La charla con Romero continúa y su nena ya nos mira de reojo. Nos dice que se quedó ciego a los 18 años, aunque afirma que "cuando veía era horrible jugando al fútbol y ahora soy el Muro". Sigue: "Lo que tuve fue una enfermedad congénita que se llama Retinitis Pigmentaria. Iba perdiendo la visión de a poco. El proceso fue duro y le puse mucha garra. Nunca bajé los brazo y luché al punto de que hoy puedo estar representando a mi país. Es más, no reniego de mi ceguera y estoy feliz de ser ciego porque si no, no estaría acá".
Lo escuchamos. Creemos que sabe que lo miramos a los ojos porque cuando habla, sus ojos nos apuntan. No pronunciamos la palabra ejemplo, sin embargo el suelta sus convicciones: "Creo que una incapacidad no puede dejar quieto a nadie. Yo pude formar dos veces una familia, tengo el trabajo que me gusta, hago el deporte que me gusta... Es más fácil decir no lo puedo hacer que intentarlo y lograr el objetivo que uno se planteó". El contexto lo pintan varios de los cien medios acreditados que todavía quedan en la cancha; los tres canales de televisión japonesa que capturan imágenes con cámaras que acá veremos dentro de algunos años; las agencias de noticias internacionales que cocinan los cables que en breve recorrerán el mundo.
Mientras las estrellas le ganan la pulseada a las nubes, el diálogo está cerca del pitazo final. A Oscar, lo reclaman la familia y la ducha. Pero aún hay tiempo para hablar de la experiencia de concentrar en el predio de la AFA en Ezeiza. "No podíamos creer que estábamos ahí, recorríamos todo el predio. Es algo que sueña todo el mundo. Salíamos a trotar y los arqueros nos decían que los autos que pasaban debían pensar ¿serán los juveniles?, ¿quiénes serán?, están todos vestidos de AFA." La medalla que le cuelga del pecho hace juego con la celeste y blanca. "Muro" la toca, la acaricia y piensa en voz alta. "Tengo 34 años y calculo que voy a seguir hasta el mundial de Inglaterra 2010".
Antes de que se vaya, pregunta del millón. ¿El lunes hay billetes de la Solidaria gratis para todos? Oscar se ríe y, claro, se la juega: "Los que quieran un billete ganador que pasen por el Policlínico". Cómo no, campeón.